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RELATOS DE UN SUEÑO PROFUNDO

Llegó la noche, cenó, se acomodó para dormir y se sentó en la cama mientras se repetía -esta vez será diferente, tendrás un buen sueño- y no es que nunca hubiera pasado, pero ya no recordaba cuando fue la última vez que así fue

Llegó la noche, cenó, se acomodó para dormir y se sentó en la cama mientras se repetía -esta vez será diferente, tendrás un buen sueño- y no es que nunca hubiera pasado, pero ya no recordaba cuando fue la última vez que así fue. Tal vez pasaron meses. En su memoria quedó sepultado por esas pesadillas que tanto quisiera olvidar. Suspiró, recostó su cabeza en la almohada y, víctima del cansancio, quedó profundamente dormida de inmediato.

De repente abrió los ojos, miró a su alrededor y todo se veía tranquilo. Respiró, miró el reloj, sólo una hora logró dormir -al menos una hora tranquila- pensó. Abrió la puerta para salir por un vaso con agua y allí estaba.

Había una niña sentada en la esquina, al otro extremo de la sala, tenía la cabeza entre las rodillas, en cuanto sintió que alguien salió, levantó la mirada, clavó sus ojos en ella y susurró: ayúdame, por favor. La sala era más oscura de lo habitual, intentó encender la luz, pero no había electricidad, trató de acercarse a la niña y vio que a su lado había alguien más, era un cuerpo sin vida, la impresión la hizo retroceder un poco. Trató de gritar, pero no pudo hacerlo, intentó hablar y se dio cuenta que no salía ningún sonido, -estoy en una pesadilla- pensó – ¡debo salir cuanto antes de aquí! –

– ¡Cuidado! – escuchó, era la niña gritando mientras señalaba sus pies, cuando agachó la mirada vio serpientes arrastrándose hacia ella, el miedo la paralizó, sintió escalofrío en todo su cuerpo y se quedó inmóvil. La niña tomó su mano, había dejado en aquel rincón el cadáver del niño que abrazaba. Trataba de hacerla reaccionar mientras decía -era mi hermano, hace ya mucho que murió. No hay tiempo, ¡vamos! ¡corre!, tú debes salvarte, debes salvarme- sólo la escuchaba, como si lo que dijera fuera la verdad más pura que nunca pudo imaginar. Se dio cuenta de la situación, tomó en sus brazos la niña y corrió hacia su habitación, cerró la puerta con seguro, como si eso pudiera ayudar en algo; se subieron a la cama y acostó la niña con cuidado, ella la miró, nuevamente clavó su mirada como si no hubiera nada más que mirar – cumplí mi misión, por fin puedo volver con mi hermano- susurró – ¿qué? No, espera, no comprendo nada- gritó desesperada, al menos eso quería, su voz seguía sin salir.

La niña murió en sus brazos, pudo sentir cómo su temperatura bajaba drásticamente -necesito despertar- pensó. Miró hacia la puerta y vio como las serpientes lograban cruzar con dificultad bajo ésta, sintió un temor inexplicable, se recostó, abrazó la niña, cerró los ojos -despierta, despierta, despierta…- comenzó a repetirse. Cuando dejó de sentir el frío entre sus brazos -lo logré, desperté- se dijo mientras abría los ojos. Nuevamente estaba acostada en su cama, miró a su alrededor y vio su habitación tan tranquila como siempre.

Acostada en su cama, en la misma posición en la que estaba suplicando despertar, tenía miedo de moverse -no puedo quedarme aquí, si es otro sueño, debo saberlo cuanto antes- se dijo, su voz había vuelto, en su cama estaba sola, no había rastros de animales cruzando su puerta -todo está bien, ya desperté, todo está bien- se repitió como si fuera un mantra que la salvaría de todo. Miró el reloj, sólo había pasado una hora desde que se acostó, -que extraño, como en el sueño- pensó, pero no le dio importancia, se levantó, fue a la cocina por un poco de agua, para intentar dormir de nuevo.

Con el vaso de agua en la mano, pensaba en aquel sueño tan espantoso. Había sentido una gran afinidad por aquella niña, como si la conociera de toda la vida, como si de verdad estuviera allí para salvarla, y falló, no pudo salvarla a tiempo. -En fin, de nada me sirve torturarme pensando en sueños sin sentido- dijo en voz alta mientras miraba la esquina donde la había conocido. Allí había algo, intentó encender la luz, nuevamente no había energía; tuvo que acercarse para distinguir qué era aquello; se paralizó completamente, sintió un frío que la congeló subiendo por su espalda.

Allí estaba el niño, o mejor, el cadáver del niño, aquel que cuidaba la niña misteriosa, gritó espantada. Casi por instinto soltó el vaso con agua y corrió hacia su habitación. La luz de la luna iluminaba la cama con un brillo espeluznante; se cubrió con la cobija, la cara la tapó con la almohada – sólo es un sueño, no es real. Sólo es un sueño, no es real- repitió, como si intentara convencer a alguien más.

Comenzó a sentir comezón en su antebrazo derecho, se contuvo por el miedo, pero no pudo. Destapó su cara, nuevamente parecía que había despertado -esta vez debe ser la definitiva- pensó, se sentó en su cama y comenzó a frotar la zona para aliviar la molestia, pero sintió una protuberancia, quitó la mano para ver el antebrazo y vio algo que se movía por dentro, sólo se veía la piel inflamada como si caminaran bajo su piel- ¡no puede ser, no puede ser!- En ese momento, por un segundo, suplicó para que fuera una pesadilla y no algo que estuviese pasando en realidad.

Siguió aquel bulto que se movía como hipnotizada, hasta que se detuvo. Volvió aquel frío paralizante nuevamente, como anunciando que algo horrible estaba por pasar, y así fue. Empezó a sentir un dolor punzante justo donde se veía la protuberancia, pero su cuerpo no respondía, no era capaz de hacer nada, sólo mirar como su piel comenzaba a abrirse, a rasgarse desde dentro. Algo estaba saliendo de allí, eran las pinzas de una hormiga que se abría paso para salir del interior de su cuerpo.

Aún no sabía si seguía durmiendo o estaba despierta, sólo sabía que aquel dolor se estaba volviendo insoportable, estaba siendo cortada desde dentro, rasgaban su piel para abrir y salir de allí-¡esto no puede ser real!- gritó despavorida mientras veía hormigas saliendo de su brazo, pasando por ese trozo de piel rasgado, sentía como caminaban por dentro y por fuera, pero no podía moverse, no era capaz de moverse, el miedo la paralizó, aquella escena sacada de la peor película de terror la estaba viviendo, la estaba sintiendo. Todo era tan real, no podía ser una pesadilla, el dolor era insoportable, pero… tampoco quería que fuera la realidad, no quería que de verdad todo esto estuviera pasando.

Una voz en su cabeza le empezó a decir: salta, hazlo ya. Al principio la ignoró, había mucha sangre y estaba muy asustada, pero cada vez esa afirmación se hacía más y más poderosa, hasta que, sin pensarlo, casi sin darse cuenta, estaba de pie, en el borde de la ventana que había en su habitación, las hormigas seguían saliendo de su antebrazo, como si no tuvieran fin, seguía sintiendo aquel dolor y espanto que no le permitía pensar y… saltó.

La caída parecía eterna, tenía que serlo, vivía en un piso 22. Mientras caía no sintió miedo, sus temores se fueron. Contrario a lo que se espera, se sintió libre, en paz, en el lugar correcto. De repente, un susurro -esta no es la forma- esas palabras la hicieron reaccionar, se dio cuenta que no era un sueño, miró su brazo y no había rastros de nada…las voces en su cabeza la engañaron de nuevo.

<H2><a href="https://www.antioquiacritica.com/author/anarojas/" target="_self">Ana María Rojas Castañeda</a></H2>

Ana María Rojas Castañeda

Abogada de profesión. Aficionada a la literatura por pasión. Escribo pensando historias que quiero transmitir, que espero que alguien conozca y logre disfrutar
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