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El Cassette

El Cassette. Era un día como tantos otros, lleno de monotonía y pereza de mediodía. Una tarde infinita de dolores inquietos que vienen y van, pero sobre todo vienen y sobre todo no se van…

por | Mar 21, 2021 | Antioquia Literaria

El Cassette. Era un día como tantos otros, lleno de monotonía y pereza de mediodía. Una tarde infinita de dolores inquietos que vienen y van, pero sobre todo vienen y sobre todo no se van…

Margarita se encontraba sentada en un sillón en la sala de su casa, la verdad, sin ningún asomo de optimismo y con una falta impresionante de energía.

Empezó a buscar en todos los cajones olvidados aquella alegría que tanta falta le estaba haciendo, como si pudiera encontrarla en una bolsa o metida en una alcancía.

Durante esta absurda búsqueda, se topó con cartas de sus amigas de bachillerato, con la cajita de chicles que le dio su primer novio, con las fotos de paseos inolvidables, con las radiografías de alguna vez que se fracturó, con las anotaciones de sus profesores de diseño.

Lo encontró

Tantas hojas, tantos recuerdos que lo único que lograron fue ahondar más en su crisis existencial. Cuando ya había renunciado a la tarea que estaba realizando y se disponía a cerrar todo los cajones de su pasado, encontró un casete que por primera vez no relacionaba con ninguna etapa de su vida.

Era un objeto sin vida ni recuerdos, que generó en ella una curiosidad inmensa, además sintió desespero, pues no podía saber qué contenía.

Salió de su casa a prestar una grabadora para poder escucharlo. Tocó puertas, llamó por teléfono pero todo resultó como lo esperaba, ya nadie conservaba una grabadora.

La salvación

Volvió a su casa y pensaba que la idea del destino para ese día era colaborarle con todas sus fuerzas para reforzar su depresión. A eso de las 3:00 y luego de haber obligado a sus ojos a cansarse para sumirse en un sueño, que le sirviera no para descansar sino para que la tarde pasara con más rapidez, sonó el timbre de su casa y con más pereza que la que tenía antes se dirigió a la puerta.

El Cassette

Miró por el ojito mágico (que creía que se llamaba así porque uno debe ser mago para saber quién estaba al otro lado). Reconoció a doña María Eugenia, su vecina, y aunque tardó varios minutos intentando descifrar a qué venía le abrió la puerta.

Llegó con una sonrisa de satisfacción, pues sabía que era poseedora de buenas noticias para ella y sacó de una bolsa gigante una grabadora i m p r e s i o n a n t e m e n t e grande, como de esas de las películas, en el Bronx.

Su respuesta fue una gran sonrisa, la abrazó y le agradeció por sacarla de su letargo.

Incertidumbre

Cerró la puerta y subió corriendo las escaleras, conectó la grabadora y se dispuso a escuchar el famoso casete. Después de unos segundos en silencio pasó por su mente una idea peor que su depresión: ¿será que está vacío? Realmente le inundó una desesperación, pero unos segundos más tarde escuchó una voz.

Era un hombre que hablaba despacio y que comenzaba diciendo: “sé que estás aburrida y que no encuentras solución” Se asustó mucho, no entendía cómo podían existir esas casualidades.

Corrió hasta la grabadora y la apagó. Luego pensó: “¿y si es verdad, si el destino si existe y el universo se confabuló con él para que yo encontrara ese casete?”.

Segundo intento

Volvió a prenderla y acto seguido se dispuso a escucharlo sin objeción. Era una voz tan linda, tan relajante, que le inspiraba una confianza impresionante.

Luego de decirle que sabía cómo se sentía, la invitó a recostarse en un lugar cercano y cómodo,  acto seguido, le dijo que empezara de ahora en adelante a imaginarse todo lo que él le decía.

Fue así como comenzó esta osadía. En su imaginación comenzó a caminar por las calles de su barrio con una mochila llena de fantasías, de logros y fracasos… Miraba todas las casas, la gente.

Amarillo

Escuchaba todos los sonidos a su alrededor, de pronto todo se fue poniendo amarillo, las casas, la gente, hasta los sonidos.

Todo lo que la rodeaba era amarillo. No solo las flores, sino las calles y los niños. Mientras caminaba sintió que todos sus problemas económicos tenían una solución, encontró la fórmula para que el dinero jamás fuera su preocupación, pues todo lo material carecía de valor.

Rojo

Disfrutaba de esta tranquilidad cuando de pronto todo se fue poniendo rojo, los árboles y los techos y mientras los veía cambiar de color también cambiaba su sensación.

Los sentimientos de cariño y amor que sentía por muchas personas se reforzaban, casi que ese amor le dolía.

Su hija comenzó a inundar sus pensamientos, su perfume empezó a llenar todos sus sentidos. La necesitaba tanto, la extrañaba tanto que le daban ganas de correr y abrazar a su familia, a sus amigos, a su novio.

Verde

Minutos después todo lo que anteriormente era rojo se fue tornando verde. Los árboles ocupaban toda su visión, las hojas le rozaban el cuerpo, su respiración mejoró.

Todo las dolencias físicas que sentía iban perdiendo fuerza, paulatinamente comenzó un reconocimiento de su cuerpo, de sus excesos, de sus imprudencias. Comenzó a querer tanto sus manos, su pelo, sus ojos, su corazón.

Sintió una sensación de conciencia grandísima por la forma en que trataba su cuerpo.

Azul

Pero lo que se había inventado el destino para ella aún no terminaba, pues fue en ese preciso momento cuando todo lo que era verde se puso azul.

Nunca había estado consciente de lo hermoso que es el cielo, esa gama de azules tan perfecta que cambia todos los días, ese regalo de la naturaleza que no valoraba.

Se encontraba con la cara hacía arriba, contemplándolo, cuando de pronto sintió unas ganas inmensas de reírse, una alegría tan inusual, era una felicidad tan irreconocible que solo hasta ese momento sintió miedo.

Sabía que muy en el fondo de su corazón le costaba tanto reconocer que era feliz, se había pasado tanto tiempo quejándose, que había olvidado lo que se siente sonreír.

Cuando estaba dándoles rienda suelta a sus carcajadas (que eran bastantes sonoras y contagiosas), se secó las lágrimas de sus ojos y de un momento a otro, se fue el color.

Blanco

Ya nada parecía conocido, era un exceso de luz impresionante que amenazaba con dejarla ciega. Intentaba abrir sus ojos sin que esa luz la lastimara.

Sólo cuando tuvo plena seguridad que podía ver se esforzó en mirar hacia el fondo con la intención de reconocer algo, aunque fuera el mínimo detalle que la orientara.

Fue entonces cuando miró al frente. Al principio no podía reconocer qué había, pero cuando sus ojos ya se empezaban a acostumbrar a la luz pudo ver que era una silueta humana.

Empezaron a aflorarle muchísimos sentimientos encontrados, temor, curiosidad, fascinación. Empezó a caminar sin miedo hacía esa silueta y por cada paso que daba, sus líneas se hacían más visibles.

Dejavú

Cuando estaba más cerca comprendió que la esperaba. Su curiosidad estaba en el punto más alto y teniendo en cuenta que uno de sus defectos era la impaciencia, comenzó a acelerar el paso para llegar más rápido.

Cuando pudo verla, tuvo un presentimiento increíble, sentía que ya había estado ahí, que ya la conocía, como aquellos llamados dejavú que lo único que significa es la incapacidad para entender muchos acontecimientos de sus vidas y entonces le dan un nombre para intentar explicarlos.

Se encontraba tan cerca de ella que podía ver sus ojos, su boca, su pelo. Le pareció tan tierna, tan tranquila, tan feliz. Ella le abrió sus brazos y antes de abrazarla le dijo con un tono burlesco: “¿Por qué te demoraste tanto?, hace años que te estoy esperando.

Te esperaba

Cuando pensaba que ya ibas a llegar, volvías y te perdías. ¿Qué pasó?, ¿acaso no querías estar conmigo? Yo en cambio, siempre te he esperado no te imaginas cuánto sufría, cuando veía que te alejabas cada vez más.

¿Y sabes?, a veces no comprendía si sabías que encontrándome iba a cambiar tu vida ¿Por qué demoraste tanto?”.

Ella, estaba ahí, y las palabras no le fluían, era un silencio que le estorbaba, estaba muda, no podía encontrar una explicación para darle, continuaba mirándola y fascinándose con todo su cuerpo. Le parecía única, bella, especial.

Ya estamos juntas

Cuando ella advirtió que sus ojos se estaban llenando de lágrimas, le dijo: “Ya no te preocupes más. Ya estamos juntas y no nos podemos volver a separar, todos esos años de incertidumbre terminaron, todas tus crisis existenciales, eran porque no entendías que me tenías que encontrar”.

La abrazó y sintió una enorme felicidad, lloró, la apretó y le prometió entre sollozos, que nunca la volvería a dejar, que la extrañaba, que la necesitaba y que pasara lo que pasara no la iba a abandonar.

Ella le sonrió y luego le dio un abrazo que traspasó su alma. Ella cerró sus ojos y le dijo: “Tú eres el grito que nunca dejó de gritar, tú eres la esencia de lo que quise ser y no soy”.

Porque esa persona que encontró…era ella misma.

<H2><a href="https://www.antioquiacritica.com/author/buritica/" target="_self">Marcela Buriticá</a></H2>

Marcela Buriticá

Periodista- Especialista en Comunicación Política Soy una mujer comprometida con los procesos sociales para lograr el proceso material, intelectual y cultural de nuestra sociedad.
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