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Memorias de un recuerdo olvidado

Tenía tantas ideas en su cabeza, sentía que se empujaban entre ellas para resaltar, sin lograr concretar ninguna, era casi ruidosa esa sensación.

por | Jun 24, 2020 | Antioquia Literaria

Tenía tantas ideas en su cabeza, sentía que se empujaban entre ellas para resaltar, sin lograr concretar ninguna, era casi ruidosa esa sensación. Sin darse cuenta, llevaba buen rato sentada mirando hacia la nada en medio de la escuela. Muchas personas a su alrededor pasaban y se sintió observada. Se levantó avergonzada, tomó su maleta y caminó hasta su casa de prisa. El recorrido fue tranquilo. El perro de la vecina que siempre ladraba cuando pasaba por allí, esta vez se quedó en silencio. Era extraño, pero no quería sumar un pensamiento más al mar de cosas que seguían tomando el control de su cabeza.

La puerta de su casa estaba abierta. En la sala, su madre hablando con su abuela, lucían tristes, pero nunca fue buena para ayudar en esos momentos, así que, sólo siguió su camino en silencio esperando no interrumpir. Se acostó en su cama, descargando todo el estrés que sentía, pero ¿por qué se sentía así? ¿por qué seguía sintiendo que algo estaba mal… que algo había cambiado? ¿Por qué no lograba organizar las ideas? ¿Qué era esa sensación tan extraña? ¿De dónde venía?

Nuevamente, se quedó en silencio, tratando de ordenar las ideas una a una, para darle sentido a todas. El techo de su habitación era blanco, tan blanco, impecable excepto por una pequeña mancha.  No pudo evitar preguntarse cómo algo que parecían dos dedos llegaría hasta allí.

Miró la hora, 5:00 pm, era miércoles, debía apurarse. Cada semana a la misma hora, sus dos mejores amigas y ella se reunían en el centro, allí decidían qué hacer. El plan de esa semana era ir a teatro y comer pizza mientras conversaban de las cosas que le habían pasado o de temas tan triviales como de dónde salió el mito de las vidas del gato. Eran momentos que disfrutaba y atesoraba enormemente.

Salió tan de prisa que no tuvo tiempo de despedirse o preguntar por qué la sala se encontraba llena de invitados que hablaban al tiempo. Tomo un autobús hasta el sitio de encuentro. Fue un terrible viaje. El bus no paró, tuvo que correr hasta el siguiente paradero. Olvidó el dinero, pero contó con la suerte que el conductor no cobró su pasaje. Tampoco notó su parada y tuvo que bajarse dos cuadras después del sitio. Ya se estaba cansando de esa sensación. Necesitaba distraerse.

Nuevamente, se quedó en silencio, tratando de ordenar las ideas una a una, para darle sentido a todas. El techo de su habitación era blanco, tan blanco, impecable excepto por una pequeña mancha.

Llegó al teatro, sus amigas ya habían entrado, tampoco llevaba celular consigo ¡Desastroso día! El peor de todos. Se arriesgó y entró oculta entre las personas. Caminó hasta la sala y buscó el espacio que siempre ocupaban. ¡Allí estaban! Sentadas como de costumbre y guardaron su puesto en medio de ambas. El día comenzó a mejorar. La obra era de sus favoritas, la habían visto varias veces. De hecho, no pensó que sus amigas aceptarían tan fácilmente verla de nuevo.

-Oh, te extrañamos- susurró Christine mientras ella se sentaba en el puesto que habían guardado.

-Perdón por la tardanza, ha sido un día muy extraño, tengo muchas cosas en la cabeza y no logro concentrarme en na…- La interrumpió el inicio de la obra

– Tu obra preferida, Tin Tin- Dijo Susana mientras miraba hacia su puesto. Hace años no usaban ese apodo para referirse a ella. Todo el día había tenido una sensación de soledad que la abrumaba. Darse cuenta que sus amigas valoraban que estuviese allí, la animó.

La obra comenzó y transcurrió tranquilamente. Tin Tin la disfrutó cada segundo. Detalló los gestos, repitió las líneas que conocía, aplaudió con todo su entusiasmo en aquellos momentos en que la obra llegaba a su cima.

-Estuvo fantástica, esto era lo que necesitaba para sentirme mejor. Gracias, amigas- Dijo entusiasta, levantándose de su puesto. Notó que Christine lloraba en silencio. Susana la abrazaba consolándola y sólo repetía -Siempre estaremos juntas las tres- Creyó que había olvidado algo importante, pero no quiso preguntar. Ya había sido un día lo suficientemente malo.

-Tienes razón, ahora, vamos por pizza- Dijo mientras sonreía con melancolía.

El mesero las conocía, en cuanto las vio, llevó la orden de siempre. Comieron y rieron mientras recordaban viejas historias de su niñez. Aquella vez que se ganó su apodo, las travesuras, las escapadas. Todo lo que hacía que, a pesar de vivir lejos, se reunieran una vez a la semana para olvidarlo todo y recordar los buenos momentos. Ya era tarde, se estaban levantando para irse.

Esta vez fue Susana quién comenzó a llorar mientras abrazaba a Christine. Fue una escena un poco confusa. Se quedó sin palabras, pero sentía que no era el momento para preguntar. No se sentía bien, así que sólo se fue. -Vaya día tan extraño el que he tenido- Su cabeza aún daba vueltas entre mil pensamientos que no lograba asimilar. Esta vez tuvo que caminar hasta su casa, ningún autobús se detuvo. El perro de la vecina no ladró. En la sala de su casa, aún su madre llorando. Un terror indescriptible se comenzó a apoderar de ella.

Sentía su cabeza llena de ideas incomprensibles. Notó que no sentía dolor. -Es extraño, he tenido migraña por mucho menos- recorrió su habitación con la mirada, todo lucía normal. Nuevamente miró el techo como si allí estuviesen las respuestas. Trató de despejarse un poco. Esas manchas seguían molestándola. – ¿Cómo es que alguien puso sus dedos sucios ahí? – Se levantó rápidamente en la cama y se estiró hasta tocar el techo.

Fue instantáneo, como si la verdad siempre hubiese estado allí y sólo necesitara una conexión para encenderse. Para darle continuidad a sus pensamientos y que todos fueran coherentes. Empezó a sentir como infinidad de imágenes venían a su cabeza, pero no parecía su imaginación. Parecían recuerdos. Trató de concentrarse más en lo que veía. Mientras, instintivamente seguía tocando aquella mancha. Los dedos encajan, frente a ella sólo estaba la ventana. Todo parecía familiar y desconocido a la vez, ¿cómo era posible?

En ese instante su hermano menor entró a la habitación. Tenía prohibido hacerlo. Peleaban todo el tiempo, pero en el fondo lo amaba más que nadie. -Oye, tonto. ¿Qué haces aquí? – Dijo mientras se bajaba de la cama.

Él ni siquiera la miró. Puso una carta cerca de ella, limpió sus lágrimas, miró la ventana, agachó la cabeza y salió de allí corriendo. Ella, quedó en silencio, con temor de leer, con temor de confirmar lo que estaba pasando. No podía, o mejor, no quería creer que era cierto. La tomó en sus manos temblorosa, la destapó y comenzó a leer:

Hermanita Tonta, ahora más que nunca debo llamarte así. Estoy tan enojado contigo por lo que hiciste. ¿cómo pudiste? Dime ¿cómo pudiste? Ojalá estuvieras aquí para que te dieras cuenta todo el dolor que causaste. Fuiste egoísta y ahora estoy sólo. ¿quién me cuidará de los monstruos?

Cada palabra se quedó haciendo eco en su cabeza. No quería comprender lo que estaba pasando. Miró el techo, las marcas, la ventana y de pronto recordó.

Aquella noche se sentía mal. Tan mal que tomó una decisión, la peor decisión. Recordó que su cabeza se sentía llena de ideas, su corazón lleno de sentimientos y no lograba darle orden a nada. Un poco como se sentía ahora. La sensación de bienestar que tanto dicen que existe, no la tenía. No había una razón específica, sólo un llamado a hacerlo. En un intento desesperado por silenciar su cabeza, se paró en el borde de la ventana. Simplemente se dejó llevar por su instinto, por lo que temía en ese momento, jamás pensó que aquello estuviese pasando realmente.

La luna iluminaba su cama. Las pesadillas no le permitían distinguir entre lo real y lo irreal. Se puso de pie sobre su cama, desde allí subió a la ventana. Una sensación extrañamente familiar llegó a ella. Con temor recordó aquella paz tan fuera de lugar como ella misma en su vida. Un piso 22. Un abismo que parecía llevarla a la libertad. Sin darse cuenta, inclinó su cuerpo y cayó. Se preguntó ¿qué vendría después? Pero nada pudo prepararla para su nueva realidad.

– ¡Esto no puede ser verdad! – Se levantó de la cama sobresaltada, arrugó la carta y la lanzó lejos. Corrió hacia la sala, necesitaba que su mamá la viera, que supiera que estaba allí, que estaba bien. Cuando llegó, lo notó. Aquello alrededor de lo que las personas estaban, era una foto suya con flores y velas alrededor. Había una fecha, sintió miedo, pero no pudo evitar mirar. Databa del mismo año, el mismo mes. Tan solo un día antes. Hace un día había fallecido. Y ahora no sabía qué hacer.

 

 

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<H2><a href="https://www.antioquiacritica.com/author/anarojas/" target="_self">Ana María Rojas Castañeda</a></H2>

Ana María Rojas Castañeda

Abogada de profesión. Aficionada a la literatura por pasión. Escribo pensando historias que quiero transmitir, que espero que alguien conozca y logre disfrutar
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