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Desde las Sombras

Ya casi la habían convencido de que él no era real. Pero no importó, se enamoraron de nuevo, como una segunda primera vez. ¿Cuántos tienen esa oportunidad? A su modo, se sentía afortunado.

Logró encontrar dónde estaba. Ideó un plan. Debían escapar. La invitó a un día de campo para proponerle huir para siempre. Llevaron a cabo el plan. Escaparon, fueron a un parque cercano para tener aquel momento especial. Debía decirlo con la importancia que merecía.

Una manta. Dos copas de vino. Una flor. Se la entregó mientras le decía cuanto la amaba. Pero su momento fue interrumpido. Al levantar la mirada, reconoció el vehículo que venía. Su hermano mirando por la ventana.

¡Los encontraron! No podían verla con él.

-Iré por la moto. Está al otro lado del parque-Dijo mientras se levantaba y corría. Ella estaba tan encantada con aquella flor, que no notó que debía ir con él, hasta que vio a su madre acercarse.

-No me harán esto de nuevo- Dijo mientras se levantó y comenzó a correr al otro lado del parque. Ya no confiaba en ellos. ¡Habían sido tan injustos!

Allí estaba él con la moto encendida. Ella se subió y él aceleró. Se sintieron libres. Pensaron que lo habían logrado. Sin darse cuenta, pasó un semáforo en rojo. Otra moto venía a toda velocidad. Logró esquivarla, pero perdió el control. Golpeó el borde de la acera.

Vio como ella salió volando de la moto y sentía que era el fin. Perderla se sentía como perder una parte de sí.

Todos los recuerdos volvieron a su cabeza.

El día en que esperaba verla como venía haciendo desde hace un tiempo. El día en que vio cómo la ataron, sedaron y se la llevaron lejos de él.

Por un momento quiso correr dónde su mamá para gritarle que ella decía la verdad. Jurarle que Violeta estaba bien, que la amaba y no soportaría perderla. No soportaría perder a nadie más en su vida.

Encontrarla le tomó más tiempo del que esperaba. Pero en el camino descubrió tantas cosas. Secretos familiares que ahora podría usar a su favor, cuando llegara el momento. No podía permitir que los separaran de nuevo.

Aquel día no pudo hacer nada, se sintió cómo esa noche, cuando miró por la ventana cómo su hermana caía 21 pisos, sin poder gritar. Completamente paralizado. Asustado, se dio cuenta que la soledad no se había ido con su llegada. Sólo había estado esperando el momento justo para apoderarse de él.

Ya no quería sentirse así. Al día siguiente buscó lo que recordaba de lo que había en las puertas de la Van en que se la llevaron. Parecía una ambulancia, pero al tiempo no. Nada era claro. Eran hombres con bata blanca, pero algo le dio la impresión de que no eran médicos.

Buscó por semanas sin encontrar nada que le sirviera, así que decidió investigar un poco su familia. Su hermano era sólo un niño, 11 años tenía, aunque a veces parecía mayor. De alguna forma, sentirse el hombre de la familia podía causar ese efecto. Lo sabía bien.

Su madre, no era una mujer muy interesante. Un matrimonio fallido, trabajaba en una empresa a las afueras de la ciudad. Dedicada a su hogar.

Por un momento pensó que nada conseguiría con esta búsqueda, pero los últimos dos miembros de la familia parecían tener cosas interesantes. Esto ocupó su atención por meses, pero al final logró descubrirlo.

La abuela de Violeta, aquella mujer que le recordaba tanto a su abuela, había tenido un pasado bastante caótico. Comenzó buscando su nombre. No fue fácil encontrarlo, pero nada lo detuvo. Se ofreció como voluntario en un grupo de lectura al que ella asistía con sus amigas. Los días más aburridos de su vida.

Pero valió la pena. Todos los martes llegaba puntual. Descargaba su bolso cerca de la silla, siempre al lado derecho. Sacaba el libro de turno, con notas adhesivas que sobresalían de las hojas. Él se acercaba para ofrecerle algo de tomar, sonreía amablemente. Poco a poco ganó su confianza, esperando el momento perfecto.

Su paciencia fue recompensada, mejor de lo que esperaba. Aquel día, por primera vez, ella llegó unos minutos tarde. Llevaba gafas oscuras que no se quitó, aunque el día fuese un tanto nublado. El té de siempre no lo quiso, pidió “algo un poco más fuerte” sus amigas insistieron en que no era buena idea. Sólo agua bebió.

Era la oportunidad por la que tanto había esperado. No lo pensó dos veces. Cuando vio que todas se estaban despidiendo, se acercó. Era el momento justo para atacar.

-Señora, Angélica. ¿Podría regalarme un momento? – Dijo. Creyó que necesitaría actuar, pero la timidez había jugado a su favor esta vez.

-Hola joven. ¿Sucede algo? – Dijo mientras sonreía amablemente.

– Me disculpo por el atrevimiento. La noté un poco triste el día de hoy y quería hacerla sonreír un poco- Sacó de su bolsillo un chocolate. El mismo que tanto gustaba a su nieta.

– ¡Oh por Dios! No lo puedo creer- No sólo sonrió, soltó una risotada que incluso logró que él sonriera. -Joven, es usted muy amable. No tenía por qué molestarse- En serio le recordaba mucho su abuela. Sintió ganas de abrazarla.

– Me alegra verla de nuevo tan feliz como la conocí. Si puedo ayudarla en algo. Cuente con un servidor- Dijo amablemente. De cierta forma, lo decía con sinceridad. Su abuela había cambiado mucho con él después de lo que sucedió, extrañaba sentir la calidez de sus manos pasando por su cabello despeinado.

– Espero que la propuesta no sea un simple formalismo, porque si me serviría de mucho desahogarme un poco- Dijo mientras se quitaba los lentes oscuros ¡por fin!

-Por su puesto que no, estaré encantado. Sentémonos allí, si le parece bien- Señaló una banca vacía. No pudo evitar ver lo mucho que sus ojos se habían hinchado. Evidentemente había estado llorando.

Conversaron por más de una hora. A decir verdad, él la escuchó por más de una hora. Cada parte de la historia lo impresionó. Le contó detalles de su pasado que nunca imaginó. El incidente con su esposo, su hijo desaparecido.Cómo intentó salir de aquel lugar que le traía tan malos recuerdos y logró establecerse de nuevo.

Le contó que se había enterado estando en el hospital mientras se recuperaba del ataque de aquel hombre, que estaba embarazada de su hija. La madre de Violeta

-¡Comenzó a acercarse!- pensó emocionado. No pudo evitar su interés por saber un poco más de la mujer que, de un día para otro, decidió que estaba bien mandar a su hija lejos.

Habló de ella, cómo le había dado luz en tanta oscuridad. Como sus días mejoraron al verla crecer. Estando aún muy joven quedó embarazada de un mal hombre con el que intentó establecerse y tuvieron dos hijos.

No funcionó y regresó con ella. No permitiría que su hija, por la que tanto había luchado, terminara en las mismas condiciones que ella. Habló de sus nietos, de cuanto los amaba. El menor tenía un lazo fuerte con ella.

Estaba feliz de aprender tanto sobre la vida que rodeaba a Violeta. Pero, por otro lado, aún no conseguía información relevante. Estaba a punto de perder la paciencia cuando ella comenzó la historia sobre la nieta por la que tanto lloraba.

Todo tenía sentido, había estado llorando por violeta. -¡ya dígame dónde está!- Gritaba en su mente desesperado. Sin embargo, la dejó continuar. No esperaba nada de lo que contó. La Violeta que conocía no era la que ella describía.

Todo lo que dijo comenzó a moverse en su cabeza. Por un momento sintió que no procesaba la información que le daba. Sentía que hablaba despacio y rápido a la vez, no podía creer nada de lo que estaba escuchando.

-Fue por eso que tuvimos que enviarla al hospital mental que queda a las afueras de la ciudad. Ya sabes cuál, el que tiene una serpiente en su logo. -parecía que intentaba dibujarlo con las manos- Es de mal gusto, me parece a mí. Pero mi hija eligió ese lugar porque no era tan alejado-

– ¿Y por cuánto tiempo estará allí? – Preguntó ansioso

-No lo sé, hasta que el médico decida que está mejor- Dos lágrimas bajaron por sus mejillas, se puso los lentes de nuevo. -Gracias por escucharme, joven. Es lindo saber que aún hay personas a las que les importa los ancianos- Sonrió mientras tomaba su bolso.

-Cuente conmigo. Sabe dónde encontrarme- Irónicamente, esa fue la última vez que estuvo en ese lugar. Ahora sabía dónde estaba Violeta. No importa nada de lo que dijeran de ella. Seguía amándola sinceramente y eso nada lo cambiaría.

Ya había llegado muy lejos, no podía parar ahora. Tardó unos cuantos meses más. Ya había pasado casi un año cuando logró entrar al hospital como voluntario. Ya se estaba volviendo todo un experto en aquel papel.

Poco a poco investigó, no podía llamar la atención. Encontró dónde estaba. Como en los viejos tiempos. Con notas que después eliminaba. Comenzó a acercarse de nuevo.

Ya casi la habían convencido de que él no era real. Pero no importó, se enamoraron de nuevo, como una segunda primera vez. ¿Cuántos tienen esa oportunidad? A su modo, se sentía afortunado.

La realidad lo golpeó tan fuerte. Esos segundos se sintieron como horas. Pero la gravedad había hecho parte. Cuando ella cayó, estaba inconsciente.

Quería quedarse cuidándola. Necesitaba protegerla, pero vio a su madre acercarse. Se escondió. Si no estaría con ella, al menos la acompañaría como siempre. Desde las sombras.

Aquel accidente. La gravedad que tuvo lo hizo darse cuenta de lo que estaba pasando. Comprendió que no podía seguir en su vida. Pero no dejaría de amarla. A diario iba a su restaurante favorito. Allí pasaba el día con una taza de café. Sólo esperando que ella entrara, para mirarla de lejos.

Era una cita que nunca pactaron pero que siempre cumplieron.

 

<H2><a href="https://www.antioquiacritica.com/author/anarojas/" target="_self">Ana María Rojas Castañeda</a></H2>

Ana María Rojas Castañeda

Abogada de profesión. Aficionada a la literatura por pasión. Escribo pensando historias que quiero transmitir, que espero que alguien conozca y logre disfrutar
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