Usted no puede negar de donde viene, siempre diga que es de un pueblo. Desde que tengo uso de razón mi abuela Hermilda siempre me inculcó mis orígenes, me contó cómo fue su juventud y el amor eterno que tiene con mi abuelo Ezequiel, dos jóvenes que decidieron emprender una vida juntos desde muy temprana edad y que hoy en día llevan 50 años de casados, el ejemplo más claro de que el amor si existe.
Vengo de un municipio ubicado en la subregión del Occidente antioqueño más conocido cómo Sabanalarga Antioquia, donde cuenta con varios atractivos naturales, escondidos entre ríos y quebradas. Su iglesia es caracterizada por ser muy colonial y ni qué decir de la amabilidad y la pujanza de la población.
Cuando tenía 5 años escuchaba los relatos de mi tía Nidia sobre sus novios, donde hablaba del municipio cómo si fuera único, orgullosa de donde era y siempre me decía “usted no puede negar de donde viene, siempre diga que es de un pueblo”, así se la pasaba diciéndome la misma frase, pero yo no le prestaba atención, pues en ese entonces vivía allá y las personas que distinguía de otras partes sabían de qué municipio soy.
Mi papá Ezequiel, todas las noches me decía “humildad hija, humildad, eso es lo más bonito de una persona y nunca negar de donde es”, a mis 22 años aún me lo sigue diciendo y cuanto agradezco cada palabra de mis abuelos, mi tía y mi papá.
Pero eso fue lo que siempre le inculcó mis abuelos a mi papá y mi tía, nunca negar el pueblo, era el insulto más grande para ellos. Eso mismo hicieron conmigo y mi hermano Miguel, desde que tenía meses de nacida me llevaban a la finca, que está ubicada en la vereda San Pedro, muy pequeña rodeada de la naturaleza y el campo, respirando el aire fresco y escuchando a los pájaros a las 4 de la tarde.
Usted no puede negar de donde viene, siempre diga que es de un pueblo
Crecí oyendo las gallinas a medio día pidiendo comida, los domingos el parque principal estaba lleno, se apreciaba las escaleras llenas de café y los carros esperando a los campesinos para llevarlos nuevamente a las veredas. Desde las 7:00 a.m. tocaban el pito del carro para dar aviso que habían llegado del campo a hacer sus vueltas cómo mercado, hablar con amigos, vender sus productos y en época de café, llevarlo a la federación.
A las 10:15 el padre comenzaba a sonar las campanas de la iglesia para dar aviso de que faltaba poco para la misa de las 11:00 a.m. ese día las personas escogíamos la pinta más bonita, la del 24 y 31 cómo dicen. Llegar a la iglesia parecía un desfile de modas, al momento de salir, en los negocios se hacía una fila larga para pedir un cono de 500 o de 1000, era indispensable irse para la casa sin su helado.
Además, porque el calor era insoportable, por lo que ayudaba a refrescar el cuerpo hasta llegar a casa. El domingo, era tradición el sancocho en el almuerzo con arepa y cilantro, como buen pueblerino, ya sea de pollo o de hueso, hasta los dedos expresaban lo rico que sabía ese manjar.
En la ciudad el fin de semana comienza desde el viernes para nosotros los de pueblo es desde el sábado, pero los domingos es el día donde uno mejor se viste. Las tardes es la hora perfecta para sentarse por fuera de la casa a comer crema o bolis que vendían los vecinos, la tranquilidad de salir sin necesidad de pagar pasajes por ir a algún lugar o con miedo a que te roben el celular, de caminar sin miedo.
A partir del 2016 me vine para la ciudad de la Eterna Primavera (Medellín) a comenzar con mi estudio de Comunicación Social y Periodismo en la Uniminuto, lo primero que hice al presentarme fue decir que venía de Sabanalarga, la mayoría no conocía donde era, con orgullo y alegría explicaba dónde quedaba, cuál es su gastronomía y sus paisajes hermosos que lo rodean con sus montañas verdes.
Desde ese momento entendí a mi tía al hablar de ‘sabana’, la tierra querida, no me afectaban los comentarios que podían hacer al saber que era de ella o de “esa montañera” como dicen los citadinos, para mí no es un insulto, antes es un orgullo, muy pocas personas se dan la dicha de ver las estrellas en las noches, ya que no hay contaminación, ver el amanecer a las 5:30 a.m. respirar el aire puro y ver cómo se esconde la luna detrás de las montañas no tiene precio.
Actualmente llevo cinco años en Medellín, extrañando los mangos que caen del palo del árbol, los limones que se consiguen regalados y las calles despejadas sin estar mirando de lado a lado para ver si pasa un carro. Pero al estar lejos de mi tierra siento más el amor, me enorgullece ver como crece en su infraestructura, cultura, economía y población… ¡Orgullosa de donde soy, de Sabanalarga Antioquia!