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Cuento: RELACIONES.

Sus ojos no enfocaban lo que estaba en frente. Sus labios no se abrían, se sentían resecos, quebradizos. Sus cuerdas vocales no respondían, no recordaba cómo sonaba su voz. Se sentía atrapada.

No recordaba nada, ¿qué hacía antes de llegar allí? ¿quién la tenía cautiva? Por más que intentaba, no lo lograba. Las drogas o sedantes que le suministraban con tanta frecuencia no la dejaban recordar nada. Odiaba esa sensación, su cerebro gritaba para continuar, pero su cuerpo dejaba de responder y, poco a poco, perdía la batalla.

De nuevo despertó atada a esa cama. Era la tercera… no, cuarta vez que lo hacía. Ya no sabía si era de día o de noche, tal vez sus cuentas estaban mal.

Sólo tenía vagas ideas, la imagen borrosa de un tatuaje en el costado de alguien, un olor nuevo pero que nunca olvidaría y la sensación de no poder respirar. Esperaba que pronto la encontraran, era su única salvación.

De nuevo entró el hombre con la cara cubierta y le inyectó algo que la hacía perder el conocimiento de inmediato. Recordaba unas palabras “todo estará bien” las sentía tan familiar, pero no sabía de dónde. Ni siquiera lograba recuperar el conocimiento por completo.

Sus ojos no enfocaban lo que estaba en frente. Sus labios no se abrían, se sentían resecos, quebradizos. Sus cuerdas vocales no respondían, no recordaba cómo sonaba su voz. Se sentía atrapada, no sólo por estar atada sino porque sabía que algo estaba mal, pero su cuerpo no reaccionaba.

Aquella noche fue diferente. Cuando abrió los ojos, estaba atada a una silla. Esta vez se encontraba en otro lugar. No era el mismo cuarto que había memorizado en el corto tiempo de lucidez. Pudo ver el cielo estrellado. Aquel olor con el que se había familiarizado ya no estaba. Las tablas de la cama ya no tallaban en su costado.

Recorrió la habitación con la mirada. Todo estaba impecable, completamente limpio. Paredes blancas, suelo blanco, sólo una pequeña ventana que permitía ver el cielo. Incluso ella se sentía limpia a pesar de no recordar la última vez que se bañó.

Su mente estaba tan concentrada en conectarse con su cuerpo que no sentía miedo. Sólo quería moverse un poco. Quería estirar sus brazos. Tocar su cara. Jamás pensó que esas pequeñas libertades le ocuparan más que la necesidad de escapar, de gritar. Habían quebrado su voluntad.

Al lado derecho de la silla vio una mesita, encima había una pequeña bandeja metálica, en ella se reflejaba una luz tan fuerte que la encandiló. Entrecerró sus ojos para tratar de ver qué había. Parecían pinzas, tijeras, cuchillos, todo metálico, todo impecable… ¿eran quirúrgicos?

Sintió temor, pero trató de mantenerse calmada. La puerta se abrió de golpe y alguien entró, aún tenía su cara cubierta, pero esta vez tenía un delantal tan impecable como la habitación. Las pistas eran claras. Sabía lo que le esperaba.

Él se acercó, la miró, parecía que hubiese sonreído- Ya sé qué está mal en ti. Te haré perfecta- le dio la espalda para cambiar aquella máscara extraña por un tapabocas y lentes de cirugía. De cierta forma le recordó aquellos días de terror cuando iba al odontólogo de niña.

-Son tus ojos. ¡Finalmente lo resolví! – De nuevo parecía sonreír – Debo cambiarte los ojos. Estos te quedarán mucho mejor- señaló un frasco que ella había pasado por alto cuando inspeccionó el lugar con su mirada. Trató de enfocarlo, tardó mucho, tal vez por el miedo que le causaba.

Sintió cómo la adrenalina comenzó a recorrer su cuerpo. Parecía un par de ojos flotando en un líquido espeso. La necesidad de escapar, de mantenerse a salvo, regresó. Su cuerpo se sentía débil, el esfuerzo era enorme y la fuerza conseguida era mínima. Poco a poco se quedó quieta. No intentó gritar más.

El sólo seguía repitiendo “todo está bien, todo siempre estará bien” ¿De allí había sacado aquellas palabras que en su mente recordaba? por momentos parecía que se intentaba convencer a sí mismo y no a ella. Ya no tenía sentido preocuparse por eso. Ahora sólo podía pensar en todo lo que no pudo ser.

– ¿Qué hice mal? – se preguntaba en silencio. No quería ese destino; pero no tenía más opciones. El miedo se fue, ahora sólo lloraba, no podía parar de hacerlo, las emociones eran tantas, tan intensas y variadas que no sabía qué sentía. El dolor era inmenso, la incertidumbre la consumía.

-No te preocupes. Todo está bien, no lo olvides, todo siempre está bien. Cambiaré tus ojos y todo estará bien- dijo en un tono condescendiente mientras ella lo miraba aterrada y él acariciaba su cabello. Trató de quitarse, pero no podía. No quería que la tocara, pero no podía hacer nada. No podía correr, estaba atada ¿qué podía hacer?

Tomó un aparato extraño que insertó en ambos ojos y le impidió parpadear. La impotencia cada vez era mayor. No podía escapar de allí, no podía moverse y ahora, no podría cerrar los ojos. No quería ver lo que estaba por pasar, pero no podía apartar la mirada.

Tomó unas pinzas, comenzó a acercarse con ellas, iba directo a sus ojos. Intentó gritar, así que él cubrió su boca. Puso un trapo en su interior. Ahora tampoco podía hablar. Estaba segura de que el momento había llegado, las lágrimas seguían corriendo por sus mejillas y, justo en ese momento, se escuchó un ruido, parecía venir de su bolsillo.

Él soltó las pinzas, se paró de espalda a ella, se quitó el cubrebocas que llevaba puesto. Sacó un celular de su bolsillo y contestó

-Si cariño. Iré a casa en cuanto pueda- el silencio era tal, que lograba escuchar al otro lado del teléfono, la voz de una mujer

-Lo lamento mucho. He tenido turnos largos estos días, pero prometo compensarte- Quiso hacer ruido, que alguien notara que estaba allí, pero su cuerpo seguía sin responder

– Está bien, ve a la fiesta. Puede hacerte bien- Trató de gritar, pero el sonido que salió ni siquiera llamó su atención ¿Cómo podía sostener una conversación tan normal con alguien mientras ella estaba allí, desesperada? Tenía que llamar la atención de quién estuviese al otro lado

-Adiós- colgó la llamada guardó su celular y giró de nuevo a ella.

La esperanza que tuvo por un segundo se fue. Su oportunidad había escapado, la había dejado ir. Sintió como su vida se desvanecía. Sabía que todo había terminado.

La resignación o tal vez el instinto, le hizo darse cuenta de algo. Reconoció aquel sonido. Con su rostro descubierto sus dudas se despejaron. Todo fue claro, por primera vez en mucho tiempo. Lo miró directo a los ojos, esta vez desafiante. Creyó que lo único que podía hacer era sostener la mirada mientras aún tuviera sus ojos.

Hay miradas que no se olvidan. Y la suya jamás la olvidaría. Comenzó a recordar, dos meses antes había visto esos ojos, reconocía ese rostro. Dos meses antes había conocido un chico del que se enamoró con gran rapidez, pasaban mucho tiempo juntos, era diferente a los que siempre se le habían acercado.

Siempre le dijo: eres casi perfecta. Pero nunca quiso explicarle a qué se refería. Al final todo lo solucionaba repitiendo la misma frase “Todo está bien, todo siempre estará bien” ¡De allí recordaba aquellas palabras! Había aprendido a compartir aquel pensamiento, lo sentía reconfortante. Nunca pensó que las últimas palabras que escucharía serían esas.

Recordó los últimos días. Esa tarde ella salió al parque. Estando allí, recibió un mensaje de pidiéndole que se vieran. La recogió y fueron a su casa. Él le pidió prestado el baño, se comportaba algo extraño, se veía perturbado, como si algo se hubiese salido de control. No era el mismo de siempre, pero seguía repitiendo aquellas palabras.

Mientras estaba allí, ella se quedó cerca, creyó escucharlo hablar -Ya te dije, todo está bien. Lo haré. Todo estará bien. Como aquella vez- En definitiva, había algo extraño, parecía perturbado.

Decidió que la mejor forma de ayudarlo era preparando algo que le ayudara a sentirse mejor. Preparó dos tazas de té. Sintió una mano que cubría su boca y su nariz. Trató de luchar con todas sus fuerzas, esperaba que él la rescatara.

Intentó escapar hasta que, en un reflejo logró ver que era él quien la estaba asfixiando. Quiso alcanzarle la cara, pero respondió con un golpe tan fuerte que la dejó inconsciente al instante. Un golpe tan fuerte que aún le dolía. Perdió el conocimiento, pero recordaba sus palabras- Todo estará bien. Te lo prometo- Sentía tanta rabia. Había confiado en él, creyó que era especial, pero sólo quería acercarse para hacerle daño. Así fue como llegó allí.

Mientras más lo miraba a los ojos, más claras eran las ideas, poco a poco recuperó el sabor en su boca, la fuerza en su cuerpo, los recuerdos. Cada vez había menos por qué… o al menos, surgían unos nuevos ¿Por qué se cubría el rostro? ¿esperaba que no recordara? ¿Por qué hacía esto? Sabía que se había equivocado al actuar así, pero no justificaba lo que le hacía.

Quería decirle tantas cosas- ¿A esto te referías cuándo decías que era casi perfecta? ¿Qué tienen mis ojos? -intentaba decir, pero la mordaza se lo impedía. Tenía tanto que reprocharle e incluso, suplicarle, pero no pudo hacerlo.

El miedo la paralizó y al tiempo la hacía temblar. Sentía su cuerpo fuera de sí. Las pinzas estaban tan cerca que casi podía sentir el frío metal. Trataba desesperadamente de cerrar lo ojos, mover la cabeza, gritar, empujar. Algo, cualquier cosa. Luchó con todas sus fuerzas.

Él no era cirujano, no tenía idea qué estaba haciendo. Sólo quería que ella fuera perfecta. ¿Por qué me obligaste a esto? ¿Por qué nos hiciste esto? – Le dijo mientras la miraba.

Amaba su esposa, pero necesitaba recuperar aquella mirada que tanta paz le daba y que perdió a los ocho años. Otro intento fallido. Otro cuerpo que lanzar al vacío.

Era hora de intentarlo de nuevo.

<H2><a href="https://www.antioquiacritica.com/author/anarojas/" target="_self">Ana María Rojas Castañeda</a></H2>

Ana María Rojas Castañeda

Abogada de profesión. Aficionada a la literatura por pasión. Escribo pensando historias que quiero transmitir, que espero que alguien conozca y logre disfrutar
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