Una casa relativamente grande hecha de bahareque alberga a una familia de cinco personas. Claudia e Iván Darío son los padres de esta familia, él, ausente cada noche a causa de su rebusque de trabajos; ella, por su empleo de las tardes en un CDI de niños. En cuanto a los hijos de este matrimonio, Santiago, el mayor, estudia en el SENA a la vez que trabaja en la carpintería de un tío, al igual que su otro hermano, Sebastián, quien continúa en el colegio pero trabaja igualmente. Esteban, el menor, estudia en secundaria y entrena el deporte que aprendió a amar tres años atrás: el basketball.
En un día normal, Esteban tiene 4 horas de ejercicio constante, dos en su recorrido de casa-colegio y dos en el entrenamiento. FOTO: Camilo Monsalve.
Cepillarse es lo primordial luego de la ducha y la necesidad de alimentación lleva a Esteban a buscar desayuno en su cocina, pero toda su familia madrugó a sus propios deberes, por lo que tendrá que apañárselas por su cuenta. Uniforme de entrenamiento listo, útiles, hidratación y zapatos empacados, balón en mano y botas puestas, todo listo para salir a su caminata diaria.
Sobre las 7:00 a. m., un camino de piedras marca el primer tramo de su recorrido cotidiano, en bajada, con mucho verde rodeando el lugar, la niebla ya prácticamente desaparecida y con lodo que se empieza a colar en las suelas. Este camino se transforma en uno inclinado y muy angosto lleno del pantano suficiente para justificar el uso de las botas que porta desde la salida de casa. La suciedad ya invade su calzado mientras llega a un potrero que indicaría que ya no habría que caminar más sobre fango.
“Es lo que toca y hasta es el mejor camino para cuando hay invierno, porque el otro es todavía peor y más largo”, comenta Esteban con una naturalidad que solo se expresa desde la costumbre de vivirlo. “Las botas me las regaló mi papá, eran unas que él ya tenía, pero se compró nuevas y pues es algo que uno necesita. Antes bajaba con zapatos viejos, pero me llegué a caer varias veces y todo y qué pena uno llegar sucio al colegio”.
Un pequeño portón hecho de madera encerrado por un alambre es lo que lo separa de los rieles, su nuevo andar. Ya es tiempo de quitarse las botas, ponerlas en una bolsa y esconderlas entre unas plantas y una roca. Ya con los tenis de entrenamiento Esteban se dispone a seguir su ruta camino abajo. Luego de una pequeña parte de la carretera llega a un portón grande que resalta por su nombre: “María Jiménez”, punto de referencia para un lugar sin nomenclaturas.
Alrededor de 30 minutos han pasado luego de que el menor de los Bohórquez saliera de casa para su entreno del miércoles, y es otro media hora, quizá menos, los que faltan para llegar al parqué.
“Ya desde María Jiménez es mucho más fácil, es la vía principal así que no es tan sucia, aunque hay dos pedazos llenos de pantano. Lo bueno es que a veces una moto que baja lo acerca a uno o lo lleva, o de pronto un colectivo de Girardota, entonces muchas veces nos ahorramos la caminada, aunque si es en carro casi siempre terminamos con olor a cebolla de la que llevan, porque uno no se va adentro si no pega’o de la parrilla esa, de la llanta de repuesto o encima del mismo carro”.

Esteban tiene 14 años, trabaja en la posición de alero, con una defensa firma y gran tiro de media distancia.
Pasando por un par de fincas y un par de pantaneros que invaden la carretera, termina él en frente de la conocida como Escuela Mercedes Ábrego, que pertenece a la Institución Educativa San Andrés, lugar donde Esteban cursa octavo grado. “¡Mateooo!”, llama Esteban a un amigo. “Está dormido, ese no va hoy por allá”, es respondido por la pequeña hermana de Mateo.
Ahora los lugares más reconocibles serían recorridos por Esteban, pues entraba a la vereda San Andrés, una de las más insignia en todo Girardota, principalmente por el sainete y por ser un palenque. Pasa por el trapiche de Lázaro, un lugar donde a veces, luego de salir del colegio, piden melcocha, un dulce de panela fundida que se soba y da forma mientras está aún caliente. Seguido por la tienda de Lucho, heredero del negocio de su madre, quien fue asesinada años antes por “Los indios” al negarse a pagar una extorción o “vacuna”, como se le conoce. Y esta pequeña serie de lugares icónicos terminaría con la parroquia La Sagrada Familia, importantísimo lugar para sus habitantes, y allí se retoman rieles hacia abajo entrando al sector La Calle, donde se encuentra la cancha.
Ahí está, “la placa”, como le llaman. Santiago y Víctor ya llegaron y están haciendo tiros al aro. El bolso de Esteban termina junto a los de ellos, y él haciendo disparos con el balón tratando de enchufarla desde distintos puntos de la cancha, entrando en doble ritmo, con euro-step, con flotadora, con finta. Llevan a la práctica lo que ven en internet, en partidos, lo que les enseñan o solo les dicen, a veces hasta cosas que se inventan.
Pasados 5 minutos de ocio llega el coach, Harley, un hombre joven pero estudiado, con título de entrenador FIBA y desde no hace mucho, integrante del Inder Girardota y ya con más recorrido en Club Guerreros. Son poco más de dos años bajo su batuta, pues los niños de la I.E. San Andrés comenzaron en el baloncesto por un estudiante de último año.
“Esteban Bohórquez es una persona que se caracteriza por su sencillez y humildad. Un jugador se destaca, más que por sus movimientos en la cancha, por su personalidad y forma de encajar en el equipo, y eso es Esteban, un jugador que encaja en cualquier lugar y que cualquier entrenador le gustaría tener. Con él hemos participado en varios torneos y ganado algunos de ellos, como intercolegiados, Copa Dragones y las justas deportivas de Medellín”. Esto dijo el coach sobre su pupilo, mientras de fondo se escuchaban los balones rebotando en el piso al unísono, de forma armónica.
Los zapatos, “estudiar es primordial”
Tras dos horas de entrenamiento, hay otro giro en el día de Esteban, ya no son las botas, ya no son los tenis. Ahora usa sus zapatos negros para ir a cumplir con la jornada de clase, acompañado de sus amigos, todos uniformados y listos, aunque un poco cansados.
Es preciso retroceder un poco en el recorrido que se hizo para entrenar, volver a la parroquia y de allí, tomar el otro camino, de calle pavimentada, pasando por la papelería, por el internado de las niñas que también estudian en San Andrés y ya, por fin, llegar al colegio. Seis horas de estudio que posteriormente, hacen que Esteban, esta vez acompañado, recorra de nuevo el camino que lo lleva a cumplir sus metas.