fbpx

Lazos

No tenía una pista, ni una idea de dónde podría estar. Cada vez que comenzaba a investigar se daba cuenta que no es tan fácil como parece en aquellos programas estadounidense dónde en menos de una hora atrapan el villano.

Habían pasado semanas desde que comenzó su búsqueda. La frustración se había apoderado de ella. Cuando todo inició estaba tan segura de poder encontrarlo. Quería alcanzarlo y ni siquiera sabía para qué, aún no tenía esa respuesta, pero cada día que pasaba sin lograr mirarlo a los ojos la enfurecía más.

Todo se había salido de control, después de encontrar aquella cabaña, ni siquiera podía creer con qué clase de persona había estado casada todos esos años. Aquella mañana, sin darse cuenta, quedó atrapada en un espiral de verdades que no le permitieron salir de allí sino hasta el día siguiente.

Lamentablemente, para entonces ya era muy tarde.

No tenía una pista, ni una idea de dónde podría estar. Cada vez que comenzaba a investigar se daba cuenta que no es tan fácil como parece en aquellos programas estadounidense dónde en menos de una hora atrapan el villano.

Odiaba todo aquello, sin embargo, cada mañana iba a aquella cabaña, pasaba allí todo el día y en la noche volvía a su casa para seguir pensando ¿Dónde había ido? Nunca fue una persona de obsesiones, jamás había tenido un objetivo tan claro y, de cierta forma, le debía aquella sensación de vitalidad que ahora sentía.

En la cabaña había encontrado tanto y al mismo tiempo nada.

Era una cabaña amplia. Cuando abrió la puerta se encontró con una sala, al fondo había un comedor para seis personas con una vista hermosa tras de sí. Junto a la puerta había un perchero colgado en la pared, estaba lleno, pero se notaba que hace poco lo estuvo aún más.

Comenzó a recorrer el lugar desde su izquierda, un armario que ocupaba toda la pared, del suelo al techo, llamó su atención. Una de las puertas estaba abierta, algunos cajones medio vacíos y una puerta cerrada; no sólo con la cerradura que trae consigo el mueble sino con un candado puesto a su alrededor.

Intentó por reflejo abrirlo con sus manos, pero de inmediato se dio cuenta de lo tonto que era, así que decidió dejarlo para más tardes. Continuó su camino entrando a la cocina, había platos sucios, alacenas llenas de comida enlatada. Y de nuevo, un cajón con cerradura, también pospuso aquello mientras continuaba con su camino a una pequeña habitación contigua a la cocina.

Cuando entró, le sorprendió lo oscura que era, trató de buscar de dónde encender la luz, pero no había lámpara, sacó su teléfono, encendió la linterna y el horror recorrió su cuerpo, casi pudo sentir como se erizaba cada vello de su piel.

Nunca pensó estar preparada para lo que vio, pero más aún, nunca pensó que seguiría yendo allí cada día, que memorizaría cada una de las cosas que la estremecieron cuando las encontró.

Aquella mañana, como hacía desde hace unos meses camino a la cabaña pasó por la misma cafetería, pidió su café oscuro con un poco de crema y un panecillo para llevar. Había tomado una rutina sin darse cuenta. Comenzó a despertar a la misma hora, tardaba una hora en salir camino a aquel lugar de pesadilla que ahora era su mayor obsesión; de camino, pasaba por aquel lugar, siempre el mismo pedido para llevar.

Nunca se dio cuenta lo extraño que era que, al igual que ella, siempre hubiese alguien sentado en la mesa del fondo, sólo observando mientras tomaba un café. Siempre atento a quién entraba por esa puerta.

Aquel día, parecía igual a todos, hasta que sintió una voz que la llamó.

-Amelia ¿verdad? ¿puedo hablar con usted un momento? Me gustaría decirle algo- Su aspecto era extraño, parecía perdido en si mismo pero al mismo tiempo completamente enfocado en lo que buscaba.

– ¿Te conozco? – Preguntó mientras lo recorría de pies a cabeza con la mirada. A pesar de no haber avanzado mucho en su investigación, había comenzado a encontrar detalles en todo que antes ignoraba.

-No aún, pero creo que le gustaría hacerlo- Sus botas eran negras, se veían desgastadas y un poco sucias, tal vez algunos días de uso. Un pantalón apestoso y un hoodie negro lleno de manchas, quizá del café que siempre tomaba.

– ¿Por qué querría algo así? – Lo miró con desconfianza y preparó el gas pimienta con el que había aprendido a salir a mano.

– Lo siento, lo siento, eso sonó mal- Era evidente que llevaba muchos días sin dormir, tal vez semanas sin descansar en realidad.

No parecía peligroso a pesar de su mirada.

– Que tenga buen día- Dijo mientras dio media vuelta para salir del lugar.

– Sé dónde está su esposo- Casi lo gritó sin darse cuenta. Todas las personas allí presentes giraron y él sólo pudo agachar la mirada mientras esperaba que aquellas palabras mágicas funcionaran.

– ¿Mi esposo? – Parecía tan irreal y peligroso ¿alguien más sabía lo que ella estaba haciendo? ¿Quién era él? ¿a qué se refería con que sabía dónde estaba? ¿él lo había enviado por ella? Fueron tantas preguntas en un tiempo tan corto pero que se sintió tan largo que se abrumó por completo.

– Si, ¿podemos hablar? – Aquel hombre era extraño, pero no se veía peligroso. Aún así, no quería arriesgarse a que la siguiera a un lugar a solas.

Prefería hablar allí, en un lugar público.

Caminó hacia la mesa del fondo, donde siempre estaba aquel hombre, dejó su bolso a un lado y se sentó. Con la mirada intentó ubicar las cámaras de seguridad e identificar la lejanía que había con aquella mesera que estaba de pie aparentando esperar clientes, pero en realidad, sin querer atender a nadie.

-Te escucho- Dijo de la forma más seca, tratando de ocultar lo intrigada que estaba

-Oh, ahí viene mi compañero, será mejor que lo esperemos- dijo después de escuchar la campana de la puerta. Ella giró para ver, pero se sorprendió al ver sólo a un niño.

Era un adolescente, pero para hablar de su esposo, era sólo un niño.

– ¿Esto es una broma? No tengo tiempo para esto. Creo que no soy la persona que buscan- Dijo mientras tomaba su bolso para levantarse.

-Eres la persona correcta, Amelia- Dijo en un tono sombrío que la paralizó.

-Eres la esposa de Pablo. El hombre que…- La voz llegó desde atrás y se entre cortó, pero no parecía dolor, parecía rabia pura. Aquel chico de menos de veinte años conocía a su esposo y sentía tanto resentimiento que ni siquiera pudo terminar una frase.

-Hemos intentado investigarlo- continuó el hombre, en un tono más tranquilo. Mientras el adolescente se sentaba- Pero nos faltan algunas pistas y pensamos que podría ayudarnos.

-Mucho gusto- El joven estiró su mano- Mi nombre es Daniel y seré quién asesine su esposo.

 

 

Otros cuentos

 

<H2><a href="https://www.antioquiacritica.com/author/anarojas/" target="_self">Ana María Rojas Castañeda</a></H2>

Ana María Rojas Castañeda

Abogada de profesión. Aficionada a la literatura por pasión. Escribo pensando historias que quiero transmitir, que espero que alguien conozca y logre disfrutar
BANNER PAUTA

Conectémonos en …

Te puede interesar

El Cassette

El Cassette

El Cassette. Era un día como tantos otros, lleno de monotonía y pereza de mediodía. Una tarde infinita de dolores inquietos que vienen y van, pero sobre todo vienen y sobre todo no se van…

Sigue leyendo lo más reciente

Culminó fiesta del libro virtual

Culminó fiesta del libro virtual

Más de 300 mil visitas registró la 14.ª Fiesta del Libro y la Cultura, que se realizó de forma virtual debido a la emergencia sanitaria causada por el Covid – 19.

Espejismo

Promesa

¿Aquel hombre de verdad existía? necesitaba saber más ¿por qué ahora? ¿por qué a él? ¿por qué siempre pareció un invento de la imaginación de Violeta y ahora se aparecía frente a sus ojos?

Espejismo

Ciclos

Tomó sus cosas, subió al auto y condujo sin rumbo. Se detuvo cuando su cuerpo lo exigió, entró a un hotel barato al borde de la carretera. Se sorprendió cuando notó la belleza de la recepcionista que allí trabaja.

Entre sueños y verdadess

El miedo la paralizó, no podía cerrar los ojos. Su respiración era cada vez más lenta y profunda. Sus manos heladas seguían cubriendo el cuerpo de su hermano. No podía hablar, las palabras no salían.