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Ciclos

Tomó sus cosas, subió al auto y condujo sin rumbo. Se detuvo cuando su cuerpo lo exigió, entró a un hotel barato al borde de la carretera. Se sorprendió cuando notó la belleza de la recepcionista que allí trabaja.

por | Sep 13, 2020 | Antioquia Literaria

Después de aquella mañana, nunca fue el mismo. Ver a sus hijos abrazados en una esquina de la sala, sentados sobre un charco de sangre, lo cambió por completo.

Nunca comprendió qué había ocurrido aquella noche. Sus hijos eran los más sagrado que tenía. Se había entregado a su familia hacía 10 años. Se caso muy joven, al menos eso era lo que todos le dijeron siempre.

Pero no se arrepintió nunca de hacerlo.

Al menos no hasta aquel día. Comenzaba su turno a las 8 am. Como siempre, su despertador sonó a las 6:00 am. Un día más comenzaba, como todas las mañanas desde hace una década junto a su esposa se levantó.

Mientras él se bañaba, ella cocinaba para él y sus dos hijos. Todo funcionaba a la perfección. Por eso nunca pudo sospechar lo que le esperaba. La policía investigó, su teoría era tan descabellada que se negó a aceptarla.

Según dijeron, su hija, de tan sólo 8 años. Aquella niña que al verlo llegar salía corriendo en busca de un abrazo. Que le decía héroe y lo obligaba a jugar con muñecas.

Decían que ella había apuñalado a su hermano mientras dormía. Que lo había arrastrado hasta aquel rincón y, estando allí, tomó el mismo trozo de vidrio con el que lo había lastimado y perforó su propio pecho.

-Están dementes si esperan que crea esa historia- Él mismo no podía encontrar otra explicación, a decir verdad, aún tenía muchas preguntas sin respuestas. ¿cómo pudo romper la ventana de su habitación sin que el ruido los despertara?

-Señor, no hay otra explicación – Era lo que siempre decían. Con la frialdad más absurda

-No es posible, alguien debió entrar. La ventana está quebrada. Mi niña no podía destapar su jugo favorito, mucho menos podría con el peso de su hermano- Por momentos sentía que no podría continuar.

Pese a todos sus esfuerzos no pudo lograr que la investigación fuera más allá. Después de un tiempo, él mismo comenzó a creer que estaban en lo cierto. Después de un tiempo renunció a su sueño de enseñarle a su hijo sobre sus equipos favoritos. A imaginarlo casándose y formando una familia como la suya.

Perderlos fue un dolor que lo consumió por dentro. Su esposa se convirtió en una extraña, Pocas veces hablaba y cuándo lo hacía parecía que no estaba presente. Su sólido matrimonio se desmoronó justo frente a sus ojos.

Pero después de perder sus dos hijos, sentía que nada dolería lo suficiente para lastimarle de nuevo.

Una mañana, cansado de salir de su cuarto y quedarse mirando a aquella esquina en busca de respuestas. Volvió a su habitación y comenzó a empacar.

Su esposa sólo lo miraba. Una parte de ella parecía aliviada. Estar juntos se había convertido en una tortura, ambos veían en la cara del otro el rostro de sus amados hijos.

Tomó sus cosas, subió al auto y condujo sin rumbo. Se detuvo cuando su cuerpo lo exigió, entró a un hotel barato al borde de la carretera. Se sorprendió cuando notó la belleza de la recepcionista que allí trabaja. Hace mucho no se sentía medianamente vivo y ella lo había hecho sonreír sólo con rozarle la mano mientras entregaba las llaves. Allí se quedaría.

Tal vez el destino lo había llevado directamente a ese lugar.

Encontrar trabajo fue más fácil de lo que pensó. Con su experiencia como operario de maquinaria pesada, lo contrataron de inmediato. Se estableció en aquel lugar y continuó visitando la bella recepcionista.

Rápidamente se volvieron muy cercanos y no como amigos, precisamente. Después de unos cuantos meses ya eran inseparables.

-Tengo que decirte algo- Le dijo ella un día mientras lo miraba con preocupación

-Dime ¿pasa algo? – Justo cuando sentía que todo comenzaba a acomodarse. Temía que la nueva vida que intentaba construir fallara tan pronto

-Estoy embarazada- Dijo en medio de un sollozo. Aquella noticia lo impresionó, más allá del poco tiempo que llevaba de conocerla. En cuanto mencionó la posibilidad de tener un hijo, recordó los suyos.

Aquellos niños que intentaba olvidar, de los que nunca habló. Que jamás mencionaría a su nueva compañera de vida. Después de unos minutos de consternación, se dio cuenta que la noticia podría no ser tan mala. Una segunda oportunidad le estaba dando la vida. Debía aprovecharla.

Sólo unos días después ya estaban viviendo juntos, su relación se sentía tan bien. Parecía que se conocieran hace años. Sus estilos de vida encajaron a la perfección y la convivencia fue más fácil de lo que esperaban.

Nunca le habló de su pasado, pero le prometió un futuro brillante.

Y así fue, al principio. El cuento de hadas que habían formado duró sólo una década. Los primeros años fueron maravillosos, pero conforme fue pasando el tiempo todo comenzó a cambiar. Ella nunca entendió por qué.

Cuando su hija nació la enamoró verlo en su faceta de padre amoroso. Nunca imaginó que llegaría un día a casa y lo encontraría maquillado por su hija.

Incluso cuando nació dos años después su segundo hijo, parecía emocionado. Quiso enseñarle de autos y deportes en cuanto comenzó a hablar. Era un papá excepcional. Pero, por alguna razón, desde el día en que su hija mayor cumplió 8 años, todo cambió.

El día en que su hijo cumplió 6 años, llegó todo al límite.

Nunca lo había visto tan borracho y el fuego que tenía en sus ojos aterrorizaba. Llegó buscando la habitación de la pequeña Christine. Ella, feliz de verle, pero entre dormida, sólo estiró los brazos.

Nadie esperaba que la respuesta que él le diera fuera un golpe en el rostro. Las lágrimas salieron antes de que el grito de dolor terminara de salir.

-Dime por qué lo hiciste. Arruinaste mi vida. Lo mataste, tú me lo arrebataste todo- Trataba de gritar, pero las palabras salían tan pesadas que no lograban entenderse por completo

-Mamá- Gritaba ella. Tin Tin, como la llamaban de cariño. Sólo tenía 8 años, no comprendía nada, dormía tranquilamente.

La noche fue larga. Los gritos, golpes y empujones no se midieron. Pero fue ese el último día en que lo vio. Él había estado fuera de sí, no podía culpar el alcohol. Hace casi 9 meses que algo lo atormentaba. Aquella noche perdió el control.

Se arrepentía, pero hizo lo que mejor aprendió a hacer.

Tomó sus cosas, sin dar explicación alguna. Subió al auto y condujo sin destino. Tuvo suerte de haber salido antes de que llegaran las autoridades. Lamentaba mucho dejar su familia, pero no podía seguir allí.

Tin Tin, su adorable hija, a la que tanto amaba. Cada día se parecía más a la hija que había perdido. Su rostro, sus gestos, su cabello. Incluso la forma de llamarlo. Todo se la recordaba y no podía vivir lacerando aquella herida.

Nunca supo más de ellos. A decir verdad, nunca se interesó en hacerlo.

Aquella madrugada, condujo hasta que encontró un lugar agradable. Esta vez fue en un restaurante, una hermosa mesera sirviendo café fue la razón para que eligiera quedarse en aquel lugar.

Encontrar trabajo nunca fue difícil y poco a poco la fue conquistando, a decir verdad, se sentía bastante enamorado de ella. La noche en la que ella le dijo que estaba embarazada, comenzó a sentir que su vida era una infinidad del mismo ciclo.

Que por más que escapara de un lugar, nunca lograría escapar de aquel destino. Esta vez no aceptó con entusiasmo la situación, pero con lo que el llamaba “orgullo de hombre” decidió convivir con aquella mujer que ahora llevaba en su vientre un hijo suyo.

Nueve meses después todo cambió. Cuando vio aquella hermosa niña no tuvo más opción que amarla y entregarle su corazón. Bajó un poco la guardia y esto ayudó para que la convivencia mejorara.

Por dos años todo parecía funcionar, hasta que la noticia llegó de nuevo. Un segundo embarazo. Se estaba volviendo loco. Ya no era una molestia, ahora sentía que podía escucharse aconsejándose huir.

Pasaría de nuevo.

Dos años de diferencia. Primero una niña. Si el segundo era un niño, sabía cómo terminaría todo. Debía huir o detenerla. Trataba de calmarse, pero el miedo siempre regresaba, ese impulso de huir. ¿Por qué no lograba escapar? Era como un bucle sin fin.

Los primeros meses de embarazo, antes de saber el sexo. Trató de aferrarse a la esperanza que fuera una niña. Sería lindo que Violeta tuviese una hermana y por fin dejara de perseguirlo el pasado.

Estaba tan preocupado contando los días que no se dio cuenta lo irritable que estaba. Había cruzado la línea de la agresión en varias ocasiones, pero siempre lograba detenerse justo antes de hacer algo de lo que pudiera arrepentirse para siempre.

Un día llegó del trabajo y encontró sobre la mesa una hoja. Era la ecografía, allí definían el sexo. El momento saber qué haría había llegado. A pesar de conocer las posibilidades y haber pasado algunos meses pensando en ello, no pudo contener su ira.

Los golpes contra Violeta comenzaron.

Esta vez, la mujer con la que vivía se puso en medio, sin temor alguno. En cuanto se dio cuenta que estaba golpeando a quién llevaba en su vientre a su hijo, paró.

Ya era casi mecánico en él. En silencio, fue a su habitación. Tomó sus cosas. Las llaves del auto, subió en el y condujo sin rumbo alguno.

 

Otros cuentos

<H2><a href="https://www.antioquiacritica.com/author/anarojas/" target="_self">Ana María Rojas Castañeda</a></H2>

Ana María Rojas Castañeda

Abogada de profesión. Aficionada a la literatura por pasión. Escribo pensando historias que quiero transmitir, que espero que alguien conozca y logre disfrutar
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