Aquella noche de invierno. Desde que era muy pequeña jamás pensé que me llegaría a tocar un enfrentamiento entre grupos armados, mi abuela siempre me contaba las historia que ella vivió el 6 de enero de 1984 que fue la primera vez donde se tomaron el municipio de Sabanalarga-Antioquia.
Donde dejó muertos entre la Policía Nacional y el EPL (Ejército Popular de Liberación) en ese entonces mi papá y mi tía se encontraban muy niños, para comenzar a vivir esta época violencia que comenzaría a marcar el territorio del Occidente antioqueño. En las tardes, mi abuela y yo comíamos mango que caían del palo de la vecina y ella me contaba la violencia que había tenido por años mi tierra.
Pero, jamás pensé que en algún momento iba a tener que vivir esa historia, porque en ese entonces estaba muy tranquilo las calles, el parque principal mantenía lleno, sin embargo, nadie sabía que pasaría el ese fin de semana del 20 de mayo del 2012, recuerdo que ese día fui a misa de 11:00 a.m. y en la tarde fui a la cancha a ver jugar fútbol, en ese momento todo estaba normal, las personas se reían sin saber que se llegaba.
Ese domingo estaba haciendo un sol ‘tremendo’ como le decimos en Sabanalarga, cerraron las discotecas a la 1:00 a.m. y se fue quedando solo el municipio, sin bulla, sólo se escuchaba un búho y los truenos de esa noche lluviosa y de tormenta caían hasta maridos. Aproximadamente a las 4:00 a.m. sentí un ruido que me sacudió en la cama donde estaba durmiendo con mis papás, los vidrios de la ventana algunos se quebraron y la puerta sonó cómo si la estuviera tocando una multitud de gente.
Aquella noche de invierno
Desde ahí comenzó las noches de insomnio, mi papá se despertó y lo primero que le dijo a mi mamá fue “mija, corra con los niños para la cocina, se entró de nuevo la guerrilla”. Ella nos llevó para la casa de mis abuelos y nos encerramos en la cocina, las vecinas gritaban “se entró, se entró…” aún nadie sabía que había pasado, sin embargo, al rato se rumoraba en las calles que el bus de Sotrauraba que salía para la ciudad de Medellín a las 5;00 a.m. le habían puesto una bomba, dejando afectada a una vivienda, el frío invadía el cuerpo, el cielo sabía lo que estaba por venirse.
Ahora el miedo nos consumía, claro, pensé que volvía la violencia a mi pueblo y que esta vez me iba a tocar a mí, de generación en generación como dicen… Desde ese momento Sabanalarga parecía sin habitantes, nadie se atrevía a salir de la casa, para ir a la tienda iba corriendo y llegaba agitada. Cada familia estaba encerrada, para ir al colegio mi papá me llevaba, cosa que nunca había hecho y a mis 13 años me sentía rara, que lo hiciera, claro como ya me sentía grande.
Al siguiente día estaba en clase Ciencias Naturales y de repente volvió el mismo ruido, ¡otra bomba!, una compañera sufría de pánico y lo primero que hizo fue gritar y llorar por su papá “no quiero que le hagan nada a mi papá, llévenme para donde él”, así lo decía con su cara de angustia y desespero. La profesora inmediatamente nos dijo que nos hiciéramos al rincón alejados de los vidrios de la ventana porque no sabía que podía pasar.
A las 12:00 a.m. sonó la alarma del colegio y el coordinador pasó por cada salón para sacarnos y que nos fuéramos para la casa, en la salida parecía una competencia de atletismo, ganaba el que primero llegara a la casa.
Cuando estaba llegando al sector en que vivo, mi abuela me estaba esperando en la puerta y me gritó “niña, muévase, muévase para que cerremos la puerta” para nosotros ese era el método de protección, porque pensábamos que a las casas no llegarían.
El padre habló por el parlante parroquial diciendo que había toque de queda y que evitáramos salir de la casa. Ahora parecíamos en una cárcel, nos habían quitado la tranquilidad, no podíamos ir al parque a jugar, ver fútbol en la cancha los domingos y no estar en el parque en semana. Fueron días de temor y violencia, lo bueno fue que no hubo muertos, pero dejó secuelas de miedo, donde uno no podía dormir bien y en su pieza porque de pronto pasaba algo, por lo que todos estábamos en un mismo lugar.
Dos semanas después llegó el Ejército Nacional para brindar la protección a la comunidad, quienes recorrían todas las calles del municipio para verificar que no había ninguna anomalía para cubrirnos de la violencia de las AUGC, que tacharon cada fachada con su nombre, ellos volvieron a parecer el año pasado, dejando marcas en las viviendas que estaban presente sin hacer atentados ni atemorizando a la población. Cada que contamos esta historia agradecemos porque no volvimos a escuchar este ruido que simboliza violencia, solo fue un mal rato que no se quedó en la localidad, sino que se esfumó.