Alguna vez viajé a este paraíso, Pácora, municipio colombiano situado en el norte del departamento de Caldas, sobre la Cordillera Central de Colombia. Lugar de gente trabajadora, amable y tranquila. Donde no sólo su geografía impresiona, también sus detalles arquitectónicos.
Luego del viaje por carretera, eran más o menos las siete de la noche cuando por fin arribé a este pedacito de cielo. El motivo de mi viaje eran las celebraciones que se realizan en este municipio, las famosas “Fiestas del Agua”.
El ambiente
En el ambiente todo olía a rumba, a encuentro, a compañerismo, a vecindad. El parque se preparaba para recibir a todos aquellos que vieron la primera luz en ese municipio y que por diferentes razones ya no viven ahí, también a los
turistas que como yo, queríamos celebrar con ellos su cumpleaños número 180.
Más tarde me encontraba departiendo con una cantidad de gente que me saludaba como que me conociera, en un parque que de pueblo tiene poco, pues sus calles son como un espejo y la gente es tan organizada que a veces piensas que estás en una gran ciudad.
Habían casetas que vendían manjares deliciosos. La música sonaba en el fondo, la gente cantaba carrileras, música popular… todo lo que suena a ambiente natural, a pueblo, a familia, a naturaleza, a café.
Desfile
Al día siguiente en las horas de la tarde presencié un desfile por todas las calles del pueblo, todos querían
estar ahí, disfrazados, bailando, gritando o simplemente observando, como yo. La familia con la que estaba eran protagonistas de este desfile, pues fueron los encargados de caracterizar a los primeros pobladores que llegaron a Pácora.
Pasaban una tras otra las delegaciones de diferentes municipios, así como las fuentes cristalinas que bañan este pueblo.
En un lugar de la mancha, de cuyo nombre si quiero acordarme
El desfile tenía un encanto único que podía ser percibido por propios y extraños y no sólo por el ambiente de
rumba que se vivía, sino, porque la gente se saludaba en todas las esquinas, se conocían. Realmente puedo asegurar que estas calles estaban felices de que estuviéramos ahí.
La casa
Luego en la noche, regresamos a una de las casas más bonitas que no veía en mucho tiempo, digna representante de su municipio, con un majestuoso balcón de ensueño que parecía las calles aéreas del municipio, pintada de rojo y blanco, adornada con orquídeas que se cultivan allí mismo.
La habitación era amplia, el techo de madera altísimo, paredes de tapia, cobijas de lana, una cama calientica, un olor a cuero, un silencio asustador, una excelente compañía, una tranquilidad en vía de extinción.
Al despertar, luego de tomarme un juguito natural, hecho con ganas, con las manos de la amabilidad, recorrí sus montañas con la infaltable compañía del olor a campo, a limpio, a nacimiento, a folclor. Mirando como todos los verdes se mezclan para hacer un tapete natural.
Cabalgata
Después de observar como los nativos de este municipio le hablan a sus yeguas, las contemplan, las acarician, las acicalan para que estuvieran preparadas para la cabalgata de remate, regresé a la casa, a ésa que me brindó sin conocerme un regalo que casi nunca había recibido…una noche tranquila y estrellada.
Las fiestas terminaron, la gente empacaba y se despedía de sus vecinos y desde ahora planeaban el próximo encuentro, deseando que el universo se confabulara y los dejara reunir de nuevo.
Cuando regresaba de aquel paseo, pensaba en las personas que sienten esa necesidad inmensa de abandonar el país, de buscar otros rumbos, creo que eso pasa cuando no nos hemos encontrado a nosotros mismos, es imposible querer irse, porque si después de ver lo que hay detrás de nuestras montañas, nos queremos ir, es porque no
estamos hechos del material de nuestros sueños.
En Honor a Don Virgilio (QEPD)