Hoy me desperté con una inquietud que se ha convertido en una espina en mi alma: la persecución en Antioquia contra quienes se atreven a pensar distinto. Esos valientes que, por razones más prácticas que ideológicas, trabajaron alguna vez bajo la administración de Daniel Quintero, ahora son condenados a un ostracismo tan feroz como absurdo. Me pregunto, ¿alguien ha reflexionado sobre por qué los poderosos de Antioquia actúan con tanta impunidad, estigmatizando a un amplio sector político que, aunque no les guste, representa una parte significativa del departamento?
La Metáfora de Ucrania
Mientras reflexionaba sobre esto, mi mente viajó a Ucrania. En las regiones de Donetsk, Lugansk, Jersón y Zaporiyia, el conflicto se intensificó cuando Rusia comenzó a apoyar a las milicias separatistas. Los lugareños que no compartían la idea de la secesión y se oponían a la adhesión a una nueva nación fueron relegados, olvidados. El resultado fue predecible: cuatro regiones anexadas a Rusia. Esta historia es una metáfora peligrosa, pero perfecta. ¿Acaso no estamos viendo un guion similar en Antioquia, donde el centralismo bogotano podría estar ignorando las necesidades y voces de una región que se resiste a los cambios?
Lea tambien: La necesidad imperante de un tercer medio para romper con el monopolio informativo de El Colombiano
Antioquia, ese fortín de la derecha extrema, se ha convertido en un bastión de resistencia feroz contra cualquier idea progresista. Desde Medellín, se ultraja sin pudor el buen nombre del presidente, y se promueven noticias falsas tan burdas que ni Orwell habría imaginado. Las plazas de la Alcaldía de Medellín y la Gobernación de Antioquia, vitales para el destino de los municipios del Valle de Aburrá y más allá, han sido ganadas por la derecha. Y en este contexto, Antioquia se enorgullece de autodenominarse «la resistencia», con el objetivo primordial de diezmar cualquier expresión progresista y, de paso, cualquier ser humano que la abrace.
Es crucial que el gobierno nacional replantee su enfoque hacia Antioquia. No basta con entender la región desde Bogotá; se requiere una mirada más profunda hacia las bases sociales del departamento. Hoy en día, el progresismo antioqueño se encuentra en una diáspora, sumido en conflictos intestinos y peleas bizantinas que lo han debilitado profundamente. En lugar de una discusión real sobre democracia y fascismo, nos encontramos atrapados en un duelo estéril entre el «petrismo» y el «uribismo».
En comunicación el gobierno va perdiendo en Antioquia
La élite paisa cuenta con medios como Minuto 30, El Colombiano, la Revista Semana y RCN para mantener a la gente en un estado de desinformación permanente. En contraste, no hay en el departamento un medio con la infraestructura necesaria para contrarrestar esa marea de manipulación. El progresismo no puede limitarse a Twitter o TikTok. El bombardeo informativo que sufre el antioqueño promedio no se detiene ahí; está en la televisión, la radio y la prensa escrita. Si queremos ganar la batalla de la información, debemos utilizar todas las plataformas, no solo las digitales.
De interés: Envalentonados contra el Gobierno
El 2026 se acerca, y la derecha no solo busca ganar la presidencia y el Congreso, sino aplastar de manera contundente al progresismo. Medellín es un claro ejemplo de cómo pretenden neutralizar cualquier fuerza democrática progresista a nivel nacional. Para lograrlo, se enfocan en deteriorar seriamente la imagen del presidente, quien es el símbolo del progresismo. Su objetivo es que nadie quiera acercarse a sus ideas. Los grandes medios de comunicación están empeñados en convertir al presidente en un paria político, en alguien de quien todos prefieran mantenerse alejados.
Antioquia se ha convertido en la batalla de las Termópilas para el progresismo en Colombia (una batalla desigual y con riesgo de perderse por parte de una minoría) . Si la derecha continúa fortaleciéndose y logra que el progresismo desaparezca en Antioquia, el 2026 estará perdido. En este contexto, la guerra no se ganará con balas, sino con ideas, con la capacidad de llegar a la gente mediante una comunicación de calidad, eficiente y contundente.
No deje de leer: La paz incomprendida
No se necesita una comunicación engañosa, sino una que informe de manera equilibrada sobre las acciones del gobierno, reconociendo tanto los aciertos como los errores. La verdadera comunicación debe ser una balanza que refleje tanto lo bueno como lo malo. Sin embargo, la comunicación actual se centra en lo negativo, lo exagera, lo sobredimensiona y lo mantiene en el tiempo, sumiendo a los ciudadanos en un estado constante de frustración, negativismo, odio y desesperanza. Si no se contrarresta esta tendencia, la batalla por Antioquia podría ser el preludio de una derrota nacional en 2026.
Un nuevo enfoque requiere un apoyo económico real y una inversión genuina en medios alternativos. Aunque esto será criticado, es esencial para contrarrestar la desinformación. Sin una infraestructura informativa sólida en Antioquia, la desinformación será implacable y los ciudadanos no solo votarán indignados, sino que vivirán su día a día sumidos en el descontento.