El equipo periodístico de Antioquia Crítica visitó el Museo Casa de la Memoria de Medellín, queríamos conversar con las personas que asisten a las “Escuelas de la No Violencia” promovidas por la Alcaldía de Medellín. Tomando un descanso, se encontraba Ingrid Duque, conversamos con ella sin imaginar que guardaba memoria de una gran historia familiar. Más que un Escuela de la No- Violencia, es un refugio.
Nos cuenta Ingrid Duque que nunca se imaginó que le tocaría presenciar un enfrentamiento entre grupos armados y aunque escuchaba muchas historias contadas por su abuela, veía ese hecho como algo muy lejano.
La abuela
“Las historias de mi abuela se remontan al año 1984, que fue la primera vez que el grupo armado EPL (Ejército Popular de Liberación) se tomaba el municipio de Sabanalarga-Antioquia. Hecho que generó la muerte de dos personas”.
Recuerda Ingrid que cuando era una niña, se sentaba a comer mangos y a escuchar las historias de su abuela, “En ese tiempo para mí, eran solo historias”. Sin embargo, el 20 de mayo de 2012 se convirtieron en realidad.
Mucha calma
El pueblo estaba calmado, las calles tranquilas, el parque principal se mantenía lleno de personas y nadie imaginaba lo que estaba por venir. “recuerdo que ese día fui a misa de 11:00 a.m. y en la tarde fui a la cancha a ver jugar fútbol, en ese momento todo estaba normal, las personas se reían sin ninguna preocupación”.
“Ese domingo estaba haciendo un sol ‘tremendo’ que nos hacía pensar que en la noche iba a caer un aguacero”, cerraron las discotecas a la 1:00 a.m. y el municipio comenzó a quedarse en silencio, sólo se escuchaba un búho y los truenos de una noche lluviosa como la habíamos imaginado”.
Explosión
Cuenta Ingrid que ya en la madrugada, a eso de las 4:00 a.m. sintió un ruido que la sacudió de la cama, ella dormía en la misma habitación de sus padres, paso seguido, sintieron que los vidrios de las ventanas se quebraban y la puerta sonaba como si una multitud de gente estuviera golpeándola. Aquella noche de invierno.
El papá se despertó y lo primero que le dijo a su mamá fue “mija, corra con los niños para la cocina, se entró de nuevo la guerrilla”. La mamá llevó a los niños a la casa de los abuelos y se encerraron en la cocina. Ingrid escuchaba como las vecinas gritaban: “se entraron, se entraron”.
No se sabía a ciencia cierta qué había pasado, sin embargo, se rumoraba en las calles que al bus de Sotrauraba que salía para la ciudad de Medellín a las 5;00 a.m. le habían puesto una bomba.
El miedo
“Ahora el miedo nos consumía, claro, pensé que volvía la violencia a mi pueblo y que esta vez me iba a tocar a mí, de generación en generación como dicen… “.
Desde ese momento Sabanalarga parecía sin habitantes, nadie se atrevía a salir de la casa, evitaban salir a la tienda y si lo tenían que hacer, salían corriendo. “Cada familia estaba encerrada, para ir al colegio mi papá me llevaba, cosa que nunca había hecho y a mis 13 años me sentía rara, que lo hiciera, claro, como ya me sentía grande”.
No terminaba
Cuenta Ingrid que, al día siguiente, ella estaba en clase de Ciencias Naturales cuando, de repente, volvió a escuchar el mismo ruido, lo único que pensó fue: ¡otra bomba!
Una compañera de estudio que sufría ataques de pánico, comenzó a gritar y a llorar por su papá. La profesora inmediatamente les dio instrucciones para que se alejaran de las ventanas y respiraran despacio.
A las 12:00 a.m. sonó la alarma del colegio y el coordinador pasó por cada salón para informarle a los estudiantes que se podían ir para sus casas.
“Cuando estaba llegando al sector en que vivo, mi abuela me estaba esperando en la puerta y me gritó “niña, muévase, muévase para que cerremos la puerta”, para nosotros ese era el método de protección, porque pensábamos que a las casas no llegarían”.
Toque de queda
Más tarde, el párroco de la Iglesia habló por el megáfono, e indicó que a partir de ese momento había toque de queda. “parecíamos en una cárcel, nos habían quitado la tranquilidad, no podíamos ir al parque a jugar, ver fútbol en la cancha los domingos, fueron días de temor y violencia, lo bueno fue que no hubo muertos, pero dejó secuelas de miedo, por las que uno no podía dormir bien”.
Dos semanas después llegó el Ejército Nacional para brindar la protección a la comunidad, recorriendo las calles del municipio para verificar que no había ninguna anomalía, los habitantes comenzaron a salir de sus casas y algunos, intentaron limpiar su fachada marcada con las iniciales del grupo armado.
Más tarde
“Años más tarde, vine a vivir a Medellín con mis padres, buscando un mejor futuro y me entristece cuando escucho las historias de los amigos que dejé en el pueblo, algunos de ellos están muertos, otros se unieron a grupos armados y muy pocos como yo, logramos salir adelante”.
Participación
“Por eso me gusta participar de espacios como este, las Escuelas, porque siento que nos dan herramientas para convertir nuestros sentimientos; no se trata de olvidar, se trata de recordar de dónde venimos y a dónde queremos llegar”.
Más que un Escuela de la No- Violencia, es un refugio
Las Escuelas de la No Violencia son un escenario de reconstrucción del tejido social desde sus bases comunitarias que hace parte de los procesos de la Secretaría de la No-Violencia que promueven una cultura de paz.
Allí, más de 600 niños, niñas, adolescentes y jóvenes tienen un espacio de aprendizaje en el que reflexionan sobre la importancia de la memoria y la paz a través del arte, la música, el teatro y otras manifestaciones artísticas que les permiten expresar sus emociones.
Una de esas experiencias, fue la que nos compartió Ingrid, testimonios que se convierten en la luz al final del túnel; sobre todo en términos de demostrar que, a pesar de la guerra, las comunidades cuentan con la capacidad de hacer grandes propuestas y buscar soluciones en la búsqueda de la paz.