CEPACI: donde Itagüí aprendió a patinar hacia el futuro
La Huella de Cepaci en Itagüí hay nombres que se vuelven parte del paisaje afectivo de la ciudad. Algunos están en los murales, otros en las instituciones, otros en las historias que se cuentan en los barrios. Pero hay nombres que ruedan. Nombres que avanzan sobre ruedas, que van dejando huellas en el asfalto y en la memoria colectiva. CEPACI, el Club de Patinaje de Itagüí, pertenece a esa categoría: es más que un escenario deportivo; es un punto de encuentro, un sueño compartido y un testamento del talento de cientos de niños y jóvenes que encuentran, en los patines, una forma distinta de habitar la vida.
Como ocurre con las buenas historias, CEPACI no nació de la nada. Ha sido moldeado por la persistencia, la disciplina y la claridad de propósito de quienes creen en el deporte como vehículo de transformación. Y entre esos protagonistas destaca un nombre que aparece cada vez que se habla del club: Alonso Galeano, un líder silencioso, un estratega del orden, un formador de carácter. No es exagerado decir que Alonso es, para el patinaje itagüiseño, lo que un buen director técnico es para un equipo que sueña con trascender: el que organiza, impulsa, llama, insiste y, sobre todo, sostiene.

La Huella de Cepaci en Itagüí
Su rol no es nuevo. Quienes conocen el club saben que Alonso participó activamente en la consolidación del patinódromo y en la articulación institucional que permitió que CEPACI tuviera un espacio digno para su crecimiento. En su momento, con el apoyo decidido de la administración municipal, especialmente durante la alcaldía que dirigió quien hoy es senador, Carlos Andrés Trujillo, el club logró pasar de ser un sueño aislado a convertirse en una política pública deportiva de impacto real. Fue un momento clave: Itagüí entendió que el deporte no es un lujo ni un adorno, sino una inversión en tejido social.
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Trujillo, con su visión de orden y desarrollo, respaldó proyectos deportivos que fortalecieran el sentido de pertenencia y disciplina entre los jóvenes. En esa línea, CEPACI se convirtió en una bandera no solo deportiva, sino educativa y comunitaria. Y Alonso fue el puente: el líder que tradujo las metas institucionales en procesos concretos, estables y sostenibles. No se trataba solo de tener un patinódromo, sino de darle vida todos los días.
Hoy, el club es un universo vibrante. Cada tarde, cuando el sol cae sobre la pista, decenas de niños ajustan sus cascos, acomodan sus rodilleras y se lanzan al asfalto como si la vida misma empezara allí. Patinar en CEPACI no es simplemente avanzar: es aprender a caer, a levantarse, a intentarlo de nuevo. Es construir disciplina sin imposición, motivación sin presión y sueños sin vergüenza. Es, para muchos padres, un salvavidas: un espacio seguro donde sus hijos se forman, se divierten y se alejan de los riesgos que acechan en cualquier ciudad grande.
El gran festival que organiza el club cada año es la prueba de su impacto: más de mil niños y niñas, entre categorías recreativas y competitivas, participan con orgullo, celebrando no solo las medallas, sino la posibilidad de pertenecer. Allí nadie queda por fuera: todos reciben un reconocimiento que entiende que en el deporte, como en la vida, el mérito no siempre se mide en podios. Se mide en la valentía de seguir.
CEPACI también es un punto de encuentro metropolitano
Patinadores de Medellín, Envigado, Bello, Sabaneta, La Estrella y Caldas llegan atraídos por la seriedad del club y por la energía que se respira en cada entrenamiento. Alonso, con su estilo meticuloso y su comprensión del valor social del deporte, ha logrado que el club se mantenga firme, ordenado y respetado. Para él, enseñar no es solo perfeccionar la técnica: es cultivar carácter.
Pero un proceso de esta magnitud, construido con años de constancia, no es inmune a las tensiones humanas. El deporte, que despierta pasiones intensas, a veces atrae egos que pretenden ubicarse por encima del bien común. Y es precisamente aquí donde CEPACI debe ser protegido. Un club que ha formado generaciones, que ha tejido comunidad y que ha demostrado resultados, no puede verse empañado por intereses individuales, protagonismos fugaces o disputas que olvidan el propósito central: los niños y jóvenes que confían cada día en este espacio para crecer. El progreso deportivo de Itagüí no puede detenerse por quienes confunden liderazgo con vanidad. La verdadera grandeza radica en sumar, no en dividir; en mirar al futuro con humildad, no con competitividad tóxica. CEPACI merece un entorno donde el deporte sea puente, no muro.
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Pero CEPACI no vive solo del pasado ni de la nostalgia. El reto de hoy es crecer con sentido y sostener lo que se ha logrado. La ciudad ha cambiado, las demandas son nuevas y los jóvenes de hoy no son los mismos de hace diez años. Itagüí necesita seguir apostándole al deporte como política de cuidado, de prevención y de futuro. Y el club, con su historia, su liderazgo y su base social, está llamado a ser un actor central en esa ruta.
Por eso, es inevitable pensar en el camino que se abre hacia adelante. El municipio, hoy con nuevas administraciones y nuevas dinámicas políticas, tiene la oportunidad de potenciar aún más el proyecto deportivo que tantos frutos ha dado. CEPACI merece ser visto como un aliado estratégico: en sus pistas se forman ciudadanos, no solo atletas.

Trujillo, con su visión de orden y desarrollo, respaldó proyectos deportivos que fortalecieran el sentido de pertenencia y disciplina entre los jóvenes
Alonso lo sabe y, aunque su estilo no es el de las luces ni los discursos, su trabajo habla por él. Cada niño que aprende a frenar sin miedo, cada joven que descubre que la velocidad es también concentración, cada familia que encuentra un espacio de acompañamiento y comunidad, confirma que el club es una pieza esencial del ecosistema social de Itagüí.
En tiempos donde a veces parece que todo avanza demasiado rápido, hay algo profundamente simbólico en ver a un niño dar sus primeros pasos sobre ruedas: ese instante en el que la vida se equilibra, en el que el miedo se vuelve impulso y en el que el futuro, por un segundo, parece alcanzable.
Eso es CEPACI.

construir disciplina sin imposición, motivación sin presión y sueños sin vergüenza. Es, para muchos padres, un salvavidas: un espacio seguro donde sus hijos se forman, se divierten y se alejan de los riesgos que acechan en cualquier ciudad grande.
Una escuela de ruedas, pero también de alma.
Una obra construida por muchas manos, pero impulsada por liderazgos claros.
Un símbolo que nació con apoyo institucional y que hoy sigue rodando gracias a la convicción de quienes creen que un municipio también se transforma desde una pista, un casco y un sueño.















