El asentamiento San José del Pinar está ubicado a un kilómetro y medio más arriba de Santo Domingo por la vieja carretera a Guarne, en la vereda Granizal y se estima que cuenta con más de siete mil habitantes. Se construyó en terrenos que, según el Plan de Ordenamiento Territorial de Bello, están destinados a usos de protección forestal, en otrora, fue un asentamiento indio, más antiguo que el de los aztecas e incas.
Llegar hasta El Pinar, exige una gran dosis de esfuerzo, sus casas, la mayoría en madera y cartón, con techos que se pueden venir abajo en cualquier aguacero. Hasta allí, llegaron 30 voluntarios del grupo de parejas de la parroquia “Santa María del Camino” del barrio Popular 1.
Escuchar los testimonios de los voluntarios, hace que se te arrugue el corazón, la pobreza extrema que bordea sus esquinas es angustiosa, la carencia de casi todos los indicadores de bienestar económico son evidentes y dolorosas.
Lo más irónico es que a veces no saben de dónde son, porque no reciben ayuda del Municipio de Bello y tampoco de Medellín, la única que podría mejorar su situación, sería la Gobernación.
Niños recién nacidos con bolsas plásticas que “hacen” de pañales, adultos con discapacidad durmiendo encima de cartones
Muchas personas salen a la puerta para verificar con sus propios ojos, que hay gente que no se ha olvidado de ellas, y al percatarse de que no sólo subieron a “Mirar cómo viven” sino a llevarles mercados, hace que en sus caras aparezca una sonrisa nerviosa, una sonrisa melancólica. Los voluntarios tampoco pueden evitar que sus ojos se llenen de lágrimas, es imposible (creé uno) que haya alguien al que no le duela el dolor ajeno.
“Entren, bien puedan. Esta es mi casa”, “Bienvenidos, qué rico que hayan venido”, frases que se escuchan en cada casa que visitan y al entrar se percatan de una realidad que no estamos preparados para mirar. Familias de 8 personas viviendo en un espacio de 4 metros cuadrados, niños de 12 años cuidando a sus hermanitos menores, niños recién nacidos con bolsas plásticas que “hacen” de pañales, adultos con discapacidad durmiendo encima de cartones, amas de casa intentando distraer a sus hijos que tienen hambre. En casi todos estos hogares, hay un pequeño ramo de flores, que aunque marchitas, alegran la vista, un cuadro desteñido de un paisaje que tal vez nunca verán o imágenes de santos a los que les rezan diariamente para que su situación mejore, porque estas familias no perdieron todo en la cuarentena, ellos no han perdido nada, porque nunca les han dado la oportunidad de tener algo.