¿Quién cuida a quienes cuidan la política?
Por más que lo intentemos, no hay café que alcance. Ni abrazo que repare. Ni silencio que dure lo suficiente.
Hacer campaña política en Colombia es agotador. Pero no me refiero al candidato ni a la candidata que se para frente a los micrófonos. Hablo de quienes están detrás: los que le cargan el discurso, le resuelven el caos, le aguantan el ego. Hablo de nosotros.
Las campañas se venden como pasión, pero muchas veces son también castigo. Días eternos, chats que suenan de madrugada, presión por cumplir metas imposibles y una sensación de que si uno para, se cae todo. Pero nadie habla de eso. Porque aquí, admitir que uno está cansado, ansioso o triste, es casi un lujo. Como si sentir fuera debilidad.

Porque sin salud mental no hay liderazgo sólido, ni cohesión de equipo, ni transformación real.
En estos equipos hay jóvenes con vocación que terminan llorando en baños prestados. Mujeres líderes que después de sobrevivir al conflicto hoy cargan con las heridas del territorio y las de la campaña. Comunicadores que no pueden dormir. Coordinadores con gastritis, ataques de pánico o culpas que no saben de dónde vienen. Pero seguimos. Porque “la política no espera”.
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Y mientras tanto, ¿Quién cuida a quienes cuidan la política? Nadie.
Porque ni el partido, ni el comité, ni la candidata pensaron en eso. Y no se trata solo de un psicólogo o una charla motivacional. Se trata de entender que una campaña no debería tragarse la salud mental de sus equipos. Que militar con amor no debería costarnos la vida. Estamos acostumbrados a aplaudir a quien gana, pero no a preguntar cuántos se quemaron para que llegara. Esa conversación también es política. Y más urgente de lo que creemos.
¿Y entonces qué?
No se trata de pedir menos compromiso. Se trata de exigir más cuidado. De que en cada estructura política haya espacios de contención emocional. De que existan protocolos para prevenir el agotamiento, y formas colectivas de decir “no puedo más” sin que eso signifique traicionar el proyecto.
Porque sin salud mental no hay liderazgo sólido, ni cohesión de equipo, ni transformación real.
Una campaña que no cuida a su gente no es solo inhumana: es miope. Son ellos los que tocan puerta a puerta, quienes ordenan filas, quienes hacen alianzas; los que hacen posible que una candidata o un candidato llegue. Y su desgaste cuenta.