En un movimiento previsible para los círculos políticos pero invisible para el 94% del país, Mauricio Gómez Amín bajó este lunes el telón de su efímera aspiración presidencial. Sin bombos ni platillos, y mediante un video casero difundido en sus redes, el hasta ahora candidato del Partido Liberal anunció que abandona la carrera y se pliega al proyecto de Abelardo de la Espriella.
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La decisión, según sus propias palabras, es un “acto de responsabilidad” ante lo que califica como un “momento decisivo” para Colombia. Gómez Amín, quien se presenta como “padre de familia y ciudadano”, argumenta que su retirada y apoyo buscan sumar fuerzas detrás de un candidato que, a su juicio, sí logra conectar con la gente y puede unificar al país.
Los números, fríos y contundentes, pintan el panorama real. En la última encuesta nacional, Gómez Amín era poco más que una nota al pie. Su nombre se hundía en el segundo bloque de resultados, arañando un 0,2% de intención de voto, compartiendo espacio con una veintena de aspirantes que, sumados, no llegaban al 2%. Incluso en el negativo —cuando se pregunta por quién nunca se votaría— apenas lograba un 0,4%.
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El verdadero problema era el anonimato. Una barrera infranqueable. El 94,3% de los colombianos nunca había oído su nombre. Solo un 5,7% reconocía haberlo escuchado, y de ese minúsculo grupo, una mayoría débil (4,2%) lo veía con buenos ojos. Es un universo de distancia con los pesos pesados de la contienda: mientras figuras como Cepeda, Fajardo o el propio De la Espriella tienen reconocimientos que superan el 60%, Gómez Amín navegaba en la completa oscuridad pública.
Su salida no altera el tablero, pero sí ejemplifica una dinámica recurrente: la de candidatos que, carentes de visibilidad y respaldo tangible, terminan por ceder sus espacios a contendientes con mayor tracción, en un intento por ganar relevancia dentro de una coalición mayor. Gómez Amín deja la pista y, desde la trinchera de De la Espriella, intentará ahora lo que no pudo desde la suya propia: tener algo que decir.
