Joven domestica a joven
Hoy, en todo el país, y especialmente en los municipios del Área Metropolitana del Valle de Aburrá Medellín, Itagüí, Envigado, Bello, Sabaneta, La Estrella, Copacabana, Girardota y Barbosa, miles de jóvenes participaron en las elecciones de los Consejos Municipales de Juventud. Una jornada que, en teoría, representa el poder de una generación que exige cambios, sueña con transformar la política y pide ser escuchada.
Pero hay una verdad incómoda: el cambio no se construye con discursos bonitos ni con selfis en las urnas. Se construye con coherencia. Y muchos, lamentablemente, fallaron en eso. Porque mientras unos votaron con conciencia, otros se vendieron. Mientras unos defendieron sus principios, otros los cambiaron por un helado, un uniforme, una fiesta o un par de billetes arrugados.

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De nada sirve salir a marchar, levantar banderas o hablar de transformación si, llegado el momento de votar, se repiten las mismas prácticas que tanto se critican. Porque cuando se vende el voto, no solo se vende una elección: se vende la dignidad. Se vende el futuro.
Y lo más grave es que ya no siempre son los adultos los que manipulan a los jóvenes. En varios municipios del Área Metropolitana fueron los propios jóvenes quienes usaron a otros jóvenes. Quienes, con el discurso del cambio en la boca, repitieron lo peor de la vieja política: instrumentalizar, comprar, prometer, manipular. Convocaron a fiestas, repartieron uniformes, ofrecieron refrigerios o dinero, y disfrazaron todo de participación. Así se destruye lo que debería nacer limpio.
No hay doble moral más peligrosa que la del joven que grita ¡cambio! mientras compra o vende un voto. Porque esa contradicción es la que pudre cualquier proceso antes de empezar. No hay justificación que valga: quien se vende pierde la autoridad moral para exigir nada. Quien manipula a otros deja de ser líder y se convierte en cómplice de lo mismo que decía odiar.
Ser joven no es una excusa para actuar sin criterio. Es una oportunidad para demostrar que se puede hacer política con ética. Si nos volvemos los perros con bósales de otros siguiendo instrucciones, obedeciendo intereses, repitiendo discursos ajenos entonces no somos una generación nueva: somos la copia barata de las anteriores.
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El voto joven debía ser símbolo de independencia, no de servidumbre

De jóvenes críticos a jóvenes con bozal
No podemos seguir quejándonos del país mientras lo vendemos por baratijas. No podemos seguir hablando de conciencia social cuando la conciencia se cambia por una invitación a una fiesta. No podemos seguir señalando a los corruptos cuando caemos en la misma práctica, solo con otro nombre.
Los Consejos de Juventudes deberían ser un espacio para pensar distinto, no para repetir esquemas. Para construir desde la autonomía, no desde la conveniencia. Pero si quienes llegan lo hacen por compra, por favores o por manipulación, el daño no es solo institucional: es moral. Porque matan la credibilidad de toda una generación que sí quiere hacer las cosas bien.
Y a quienes se vendieron, hay que decirles sin adornos: traicionaron algo más grande que un voto. Traicionaron la confianza de quienes creen en las juventudes. Traicionaron la oportunidad de demostrar que se puede hacer política desde la honestidad. Traicionaron el derecho a exigir, porque nadie que se vende puede mirar de frente y hablar de cambio.
El país no cambia con discursos ni con modas, cambia con dignidad. Y dignidad es no dejarse comprar. Dignidad es mirar a los ojos y decir ¡NO! cuando alguien intenta manipularte. Dignidad es tener hambre de justicia, no de beneficios.
Así que no, no todo vale. No todo se perdona. No todo se disfraza de “estrategia”. Los jóvenes que vendieron su voto o usaron a otros para hacerlo deben cargar con esa vergüenza. Porque el cambio no se construye con los que se acomodan, sino con los que resisten. Con los que no se venden, aunque les falte. Con los que prefieren perder una elección antes que perderse a sí mismos.
Y ojalá entiendan esto pronto: Ojalá entendamos esto pronto: quien se vende por un helado, una fiesta, un uniforme, dinero o por seguir en un grupo, termina vendiendo el país entero sin darse cuenta.
Quien se deja comprar, deja de ser joven, porque la verdadera juventud se mide en principios, no en edad.