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Tiempos que no volverán

Los niños de esta generación no comprenden cómo hacíamos los adultos para vivir sin celular, sin computador, sin tablet, sin Ipod, sin Wii, sin Nintendo, sin Play.

por | Jun 14, 2020 | Medellín Crítico

A veces recuerdo la forma en que me divertía cuando era pequeña, en esos momentos me embarga la nostalgia. Creo que en épocas pasadas, divertirse era más simple. Ahora en la actualidad jugar tiene que ver más con estar solo y con poseer infinidad de aparatos electrónicos.

Los niños de esta generación no comprenden cómo hacíamos los adultos para vivir sin celular, sin computador, sin tablet, sin Ipod, sin Wii, sin Nintendo, sin Play y aunque estas ayudas tecnológicas facilitan nuestro trabajo, nuestras relaciones, nuestros estudios, no estoy tan segura que hagan nuestra vida más fácil, a la hora de jugar.

Cuando yo era pequeña, solo necesitaba salir de mi casa para encontrarme con un mundo de juegos callejeros, amigos, entretenimiento, diversión, y sin pasar de mi cuadra. Muchas personas de mi generación recuerdan aquellos juegos de antaño, que nos entretenían hasta las diez de la noche, que era cuando generalmente nuestros papás salían al balcón o a la puerta de la calle y con un grito como éste: “Marcelaaaaa”, le ponían fin a un día entero de diversión.

Hasta las diez…

Recuerdo con especial cariño juegos como “Yeimy”, que consistía en reunirse con más de 10 amigos, dividirlos en dos grupos, ponerle nombre a cada equipo, conseguir la materia prima para el juego: 10 o más piedras planas de diferente tamaño, para luego crear una torre(cual torre de Babel, pero más difícil). Posteriormente, esta torre era derribada por el equipo contrario, usando una pelota (de letras como la de Andrés López) y acto seguido, los integrantes del equipo “derribador” salían corriendo para protegerse del equipo “defensor” que los poncharía uno a uno sin piedad, hasta que algún compañerito intrépido y audaz, volviera a armar la torre, esquivando los pelotazos y pudiera gritar al final, con un aullido lleno de esfuerzo y orgullo: “Yeimyyyyyyyy”. Y así ganar la partida. Este despliegue de estrategia y coordinación, se repetía una y otra vez hasta que fueran llegando las diez.

Besitos con esfuerzo

Para los más osados o mejor, para los más coquetos, existía un juego que me arriesgo a pensar que casi todo el mundo jugó en su niñez, claro que con variaciones según su entorno, y era: “Chucha Americana”. Lo curioso es que este juego siempre era propuesto por el amiguito al que le gustaba alguna de las amiguitas, porque de esta forma, encontraba la excusa perfecta para darle un besito. Sí señor, los besitos en mi tiempo no eran ofrecidos, eran ganados con es fuerzo.

¡Qué dolor!

Y cómo no hablar del “Ponchado”, en donde se escogían dos niños que tenían la dura tarea de ponchar (pegarle con la pelota a los demás, ojalá en la espalda o en las piernas, que era donde más dolía) y así, ir eliminando a uno por uno de los valientes competidores. En este juego no existían roles, ni géneros, ni sexo, todas las personas eran ponchadas sin piedad, así como diría una amiga mía: “Con equidad”.

La convocatoria

Las convocatorias para reunir a los participantes, no se hacían por internet, no era preciso utilizar las redes sociales, solo era necesario salir de tu casa, dirigirte a las casas de tus amigos, ubicarte en la acera al frente de la puerta y gritar sin descanso su nombre, hasta que él apareciera o en su defecto la que abría era la mamá, que contestaba siempre: “Él no ha terminado las tareas” y ante esa respuesta nuestra carita cambiaba, nos inundaba una profunda desilusión, pero una hora más tarde, veíamos aparecer triunfante a nuestro amigo, que resolvió todos los problemas de matemáticas, con solo escuchar nuestra voz.

La mejor receta

Nosotros, en mi tiempo, no íbamos a McDonalls, ni al centro comercial. Nosotros, en mi tiempo, hacíamos “Fritangas”. Estás delicias de grasa consistían en reunirnos y definir quién le pedía qué a su mamá. Ósea, a mí me tocaba traer siempre las salchichas, a otro amiguito, que no quiero mencionar (para no herir su susceptibilidad), siempre le tocaba la sal, y los demás tenían que arriesgarse a pedirle a sus mamás, papas y aceite en cantidad. El resultado, una porción de papas “A la Francesa” término medio, no, mejor medio crudas, embadurnadas de aceite, con salchichas finamente picadas (de a dos pedacitos por porción). Les puedo asegurar que son las papas más deliciosas que me he comido en la vida, pero no por su sabor sino por el esfuerzo y dedicación.

¡Ah…qué tiempos aquellos…Aquellos que no volverán…

 

<H2><a href="https://www.antioquiacritica.com/author/buritica/" target="_self">Marcela Buriticá</a></H2>

Marcela Buriticá

Periodista- Especialista en Comunicación Política Soy una mujer comprometida con los procesos sociales para lograr el proceso material, intelectual y cultural de nuestra sociedad. Edilesa de la comuna 16
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