Tomando como base la famosa frase: “Mi libertad termina donde empieza la del otro”, muchos fundamentan los derechos y los deberes de los ciudadanos.
Pero fácilmente, esta frase puede quedarse resumida en un simple slogan, porque casi nunca sabemos dónde empieza la libertad del otro, y por ende, dónde termina la nuestra.
¿Quién y cómo se fijan estos límites?
Para descifrar esta frase, algunos creen que la respuesta está en los códigos de policía, que se basan en la constitución. Pero, ¿Si están claros esos límites en la Constitución? Yo creo que no.
Respecto al tema de los vecinos ruidosos, molestos y desconsiderados, hay mucha tela por cortar.
¿Quién tiene la razón?
El vecino que encierra “su antejardín”, según él, pero que no es suyo, según la Ley, pues constituye una parte del espacio público, que debe estar libre y no nos debe limitar el derecho a la movilidad.
La vecina que para arreglar su casa en las mañanas, nos comparte a todos los vecinos su gusto musical, con un equipo de sonido a todo taco, al que se le suman los gritos de la señora que cree que canta. Ella tiene derecho a cantar a todo pulmón, está en su casa, pero, ¿los demás no tenemos derecho a descansar? ¿O es que no estamos en nuestra casa también?
O aquellos que convierten su casa en un negocio e instalan carpas, muros, cerramientos, luces, sin tener en cuenta que la zona tiene uso residencial, pero que si uno se queja, de inmediato recibe la misma respuesta: “Entonces no puedo trabajar, estoy en mi casa”.
¿Mi libertad termina donde empieza la del otro?
Autorregulación
Creo firmemente, en que el primer paso hacia la plena libertad, consiste en la autorregulación, es decir, en un control de nuestros deseos, asumiendo la responsabilidad de nuestra actuación personal.
Debemos entender que todas nuestras acciones, tiene consecuencias, pero no sólo desde la parte coercitiva, sino desde el sentido común.
Y en este caso, deberíamos intentar entender el refrán: “No hagas a nadie lo que no quieres que te hagan”.
La libertad individual
Es imperante que entendamos que podemos expresarnos de manera libre y natural, pero que vivimos en una sociedad.
Y al ser seres sociales, tenemos deberes, hay normas y los argumentos para defender nuestra libertad, no pueden seguir siendo: “Yo hago lo que me da la gana, estoy en mi casa”. Es cierto, es tu casa, pero enseguida, al frente y al lado, hay otras.
Empatía
Una de las claves del arte de vivir con otros, es la empatía, tener la capacidad de caminar con los zapatos del otro.
Una libertad individual, olvidándonos del otro, no es libertad, es libertinaje. No somos seres aislados, no somos islas, nuestras acciones siempre, pero siempre, van a influir en los demás.