Desde que estaba muy pequeña me ha gustado mucho la navidad, pues es la época en la que el Papá Noel traía lo regalos, recuerdo que mi abuela me decía “niña, se tiene que portar bien durante el año para que el niño Dios le traiga lo que está pidiendo” y así se lo pasaba durante meses.
Pues como todo niño quiere los juguetes del mundo, uno se exageraba en los regalos que qué pesar de los papás al ver esa lista, pero la inocencia era única. Yo cogía un papel y un lápiz y comenzaba a escribir, lo primero que iba era una muñeca o barbie, ropa para mis muñecas, coche, cocina, patines, la casa de la barbie, trastes, bicicleta, teléfono, que en ese entonces era el que se le apretaba un botón y sonaba una canción.
Todas las noches le rezaba al niño Dios para que me los trajera todos, mi barrio en diciembre parecía una plaza de mercado, ya que llegaban a descansar personas que vivían en otros lugares y traían a sus hijos, desde las 7:00 a.m. sonando “Otro año que pasa y yo tan lejos, otra navidad sin ver mi gente, madre yo te pido humildemente que en el año nuevo me recuerdes que en la mesa pongas un lugar para el hijo que no ha de llegar y aunque yo no esté para brindar mi copa esté siempre a rebosar…”
Desde el 23 el marrano ya estaba amarrado en el poste de luz para ser preparado al otro día, mis amigas y yo íbamos a todas las novenas que hacían en el municipio, no nos perdíamos ninguna, ya que tomaban lista y el que faltara tres veces no tenía regalo y claro como queríamos más juguetes recorríamos el pueblo cantando villancico.
El tiempo pasa y uno no se da cuenta…
En ese entonces esa era nuestra única preocupación, donde sonábamos las maracas que alumbraban, el gorro de navidad personalizado y a cantar… Llegaba el 24 y desde las 10: 00 a.m. ya estaba vestida y peinada con la nueva pinta, no me gustaba ni sentarme para no ensuciarla, pero antes de las 8:00 p.m. ya estaba de vuelta nada de jugar.
A esa hora comenzaban a sacar las mesas para la calle, se prendía el fogón para la natilla y los buñuelos, y el marrano ya estaba preparado para fritar, era una unión comunitaria, parecía una sola familia, iniciaban a bailar y el equipo en esa época se ponía al mayor volumen sin importar que le estallaran los oídos a uno que solo estaba jugando y esperando el traído.
Pero de tanto jugar en el día a las 10:00 p.m. nos quedábamos dormidas sin ver al niño Dios que tanto lo anhelábamos para conocerlo, al 25 la mayoría estaba con guayabo, pero nosotros los niños, a las 6:00 a.m. mientras unos apenas se estaban acostando nosotros en pijama sacando los regalos, ese día sí que madrugábamos emocionados como si nos fueran a llevar a paseos.
Ahora ya no se ve los diciembres de antes, ahora ya hace falta sillas por llenar, ahora todo cambió, sin embargo, quedaron los buenos recuerdos de aquellas épocas en la que se terminaba pegada la cara con mugre de tanto saltar cuerda, de coger tierra y matas para la comida de las muñecas y de ver la felicidad del último mes del año, en el que se recibe unos nuevos 365 días de prosperidad, salud, amor, paz y abundancia. Aunque todavía se sigue festejando la luz navideña se ha apagado un poco en algunos hogares.