Tanto se ha escrito de Julio Cortázar al paso de las décadas que me es difícil encontrar una idea original que pueda desarrollar en la presente columna. Esto no quiere decir que no exista, la literatura es infinitamente prolífica. Sin embargo, en ocasiones, para la literatura no importa tanto la idea que se desarrolla sino el modo en que se hace, es decir, la perspectiva desde la cual mira el escritor y cómo la plasma en las letras. Es por eso que hoy, en el natalicio de uno de los escritores latinoamericanos más representativos del boom, me propongo subrayar la relevancia que tienen sus obras literarias para el presente siglo.
El volumen de escritos que nos ha dejado Cortázar es inmenso, desde cuentos, novelas, epístolas, columnas, ensayos, críticas, etc. Todo esto suma un gran número de obras que demuestra las razones por las que tiene un nombre en los anales de la historia. Pero lo que a mí personalmente me resulta importante en estos momentos es su obra literaria; artísticamente elaborada. Dentro de este canon se encuentran sus cuentos y novelas que fueron especialmente innovadoras en su tiempo, dado la forma experimental y poco clásica de sus escritos.
Inscrito dentro de la corriente de lo real-fantástico, este autor se dejó influenciar por el neo-romanticismo, que veía como una forma de rebeldía y, por otro lado, al igual que sus contemporáneos, por el existencialismo francés, en especial, el de Jean-Paul Sartre. Concebía la literatura como un medio para describir las problemáticas sociales; un medio de transformación social, el arma universal con el que podía infiltrarse en todos los recodos más oscuros de la sociedad. Y es ahí, con mucha razón, que vale la pena redescubrir su obra para el presente siglo.
La imagen que tenía de la literatura como forma de describir y entender la sociedad; sobre todo los fenómenos culturales y políticos, convirtieron sus obras en un análisis de la esencia humana. Esta particularidad la podemos encontrar con mayor fuerza en su obra magna «Rayuela», pero ya tenemos antecedentes en cuentos tales como «El perseguidor». Sus personajes hacen alarde de una inteligencia e intelectualismo que es un reflejo, en ocasiones, de la personalidad de Julio. Esa introspección analítica nos invita a participar en la discusión y así comprender un poco nuestra propia naturaleza; nos invita a entender nuestra conducta y cambiar para mejor.
Un hombre con una inteligencia y visión crítica aguda que, como dirían algunos de los más cercanos, desbordaba sentimientos. Muy consciente de los problemas sociales de su tiempo exprimió su talento en la escritura de una gran variedad de obras excelsas que hoy vale la pena mirar con ojos más allá de la simple estética. Aunque su literatura está cubierta por una atmósfera gruesa de disfrute estético, es relevante poner el enfoque en aquellas que median por poner la problemática que nos hace humanos.