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Cuento: Encuentro

No tuvo oportunidad de llevar a cabo su plan sino hasta la semana siguiente. Aquel sábado tampoco salió con su familia. Él la siguió hasta la biblioteca. Allí estaba, sola, buscando un libro. Su oportunidad había llegado.

por | Jul 26, 2020 | Antioquia Literaria

2:00 pm. Casi siempre adivinaba la hora antes que la alarma sonara. Se miró al espejo un segundo y corrió a su balcón. Era el punto de encuentro que en su cabeza había definido.  A veces tardaba cinco minutos. A veces un poco más. Pero siempre pasaba por allí.

Allí venía, hablaba con dos compañeras. Una parte de él siempre insistía que debía saber más, pero trataba de mantenerse al límite. Desde el primer día en que la vio sintió algo que ahora no quería dejar ir. No podía evitarlo. Cada vez que la miraba, decía “te amo” aunque nadie lo escuchara, aunque ella no lo escuchara.

Siempre salían esas palabras de su boca. Se sentía un poco avergonzado, pero desde su balcón lograba observarla por dos minutos, mientras cruzaba por la acera de enfrente. Y eso bastaba.

Ella nunca lo había mirado. Al menos no conscientemente, pero verla lo ponía nervioso, sentía que sus manos temblaban, una sonrisa incontenible se marcaba en su cara. Se sentía un niño de nuevo.

Cuando la perdía de vista, la realidad regresaba a él como una dosis de ansiedad que inyectaba el paso de ella ¿cuál es su nombre?  ¿tuvo un buen día?  ¿dónde está? ¿está bien? ¿con quién estará?

Algo tan simple y no lo sabía. Había escuchado que sus amigas la llamaban “Vi” al comienzo, con eso bastaba. Cada día era peor, necesitaba saber más. Saber si era feliz, si él la podía hacerla feliz.

Aquella tarde parecía que había salido de una presentación en su colegio, llevaba la cara pintada y una cinta en el cabello. Algo la hacía ver más radiante que nunca. Algo hizo que no pudiera contenerse más. En cuanto la vio, decidió que sería el día.

Tomó sus audífonos. Salió de su casa corriendo. Cerró la puerta y caminó despacio sin cruzar la calle. Ella tomó aquella curva que siempre la alejaba de su vista. Él cruzó y comenzó a seguirla, lenta y sigilosamente. No quería levantar sospechas.

Mirar más allá de aquella esquina lo hizo sentir como si estuviese entrando en un nuevo mundo. Era ridículo, lo sabía, siempre pasaba por allí para ir a diferentes lugares. Pero nunca tras de ella, nunca estando tan cerca que lograba sentir su risa.

Nadie podía decir si había sido buena o mala idea. Sólo sabía que ahora conocía su casa. Su hermano salió a recibirla alegre. Su mamá y su abuela tomaban café en la entrada de su casa. Ella saludó amablemente y entró.

Abrió una puerta que no podría cerrar. Ahora no se conformaría con verla desde el balcón. Ya sabía dónde vivía ¿por qué no asegurarse que llegara bien al colegio en las mañanas? ¿por qué no comprobar cómo pasaba el tiempo allí? ¿era buena estudiante? ¿disfrutaba el recreo?

Ahora, conociendo tanto de su rutina ¿por qué no saber su nombre? ¿conocer sus amistades? ¿conocerla un poco más? Siempre observando desde las sombras, distante, esperando el momento desde lejos.

Tan sólo mirando lo hermosa que era. Sabiendo que ella comenzó a ocupar su día. Pensar en ella todas sus noches, sus sueños eran siempre sobre ella. Todo en su vida giraba alrededor de aquella imagen perfecta, de aquella niña que con su existencia había logrado iluminar sus días.

Sentía que la amaba de la forma más pura en que podía hacerlo. Pero no podría con el dolor de darse cuenta que ella no lo amaría así, que prefería seguir allí, oculto, en las sombras.

Era un sábado. Por lo general ella salía temprano con su familia, tal vez de paseo. La verdad es que no la había seguido, su hermano era muy inquieto y temía que lo descubriera. Ese día debía salir a hacer unos mandados. Algo simple, pagar unos recibos y comprar algo que faltaba para la cena.

Salió sumido en sus ideas. Con los audífonos que siempre lo acompañaban. Iba distraído mientras miraba el listado de cosas que debía comprar cuando se chocó con alguien. Levantó la mirada y vio aquella sonrisa con la que había soñado por más de un año.

Lo estaban mirando a él, aquellos ojos que tanto había anhelado. Su olor era tan dulce como lo había imaginado.

-Disculpa, venía un poco distraída y no me fijé- Dijo mientras sonreía condescendiente- ¿Estás bien? – Preguntó al ver que no decía nada. Sólo la miraba, de nuevo se había congelado ¿por qué en los momentos en que más ha anhelado decir algo sus labios no se mueven? Aquella frustración comenzó a apoderarse de sus ideas. -Disculpa, ¿te hice daño? -Insistió una vez más.

La miró fijamente. Tal vez fue un segundo. Pero lo sintió como una eternidad. Pudo observar sus ojos, su rostro, su cabello detalló cada centímetro de su piel. Se miraron fijamente por un momento, hasta que ella agachó la mirada, aún sonriendo.

-Bueno, espero que estés muy bien- Dijo mientras continuaba con su camino. Su cabello olía tan bien.

No pudo hacer el mandado. El shock que le causó verla, tan cerca, tan amable, no le permitió continuar. ¡Le había hablado! ¡le sonrió! Regresó a su casa, no podía disimular su sonrisa. Estaba decidido. Haría algo para conquistarla.

Se apresuró. Escribió una carta. Un poco extensa, describiendo sus sentimientos. Contándole cuánto tiempo llevaba enamorado de ella. Arriesgando todo, tal vez con posibilidades de no recibir nada. Pero lo había mirado. Tenía que hacerlo.

No tuvo oportunidad de llevar a cabo su plan sino hasta la semana siguiente. Aquel sábado tampoco salió con su familia. Él la siguió hasta la biblioteca. Allí estaba, sola, buscando un libro. Su oportunidad había llegado.

-Hola, Violeta. No me digas nada, sólo escúchame. Tu no sabes quién soy, pero yo sé todo de ti- No quería que sonara tan mal, en serio era muy torpe para esto- quiero que sepas que llevo más de un año enamorado de ti- ahora recordaba por qué no había hecho esto antes. Sólo la estaba asustando. Su cara de pánico era muy clara -Te traje esto- estiró sus manos para entregarle un chocolate y la carta. Se sintió tan avergonzado que dejó sus brazos estirados mientras agachó la cabeza.

Ella, atemorizada y curiosa recibió ambas cosas. Trató de mirarlo a los ojos, fue extraño, se perdió en su mirada, nunca le había pasado algo similar. Se sintió halagada, pero había algo más ¿se sintió feliz? No entendía, era una experiencia nueva e inesperada.

Él sintió que se estaba jugando la vida. Podía sentir su corazón latiendo a toda velocidad, el sudor corriendo por su frente, sus manos temblando. Pero aquella mirada lo cambió todo. Fue como si sólo existieran los dos. Pero un ruido le recordó dónde se encontraba. No lo soportó más y corrió.

Ella no tuvo más remedio que quedarse de pie viendo cómo se alejaba. Miró lo que le había entregado, pero decidió que no era el lugar. Tomó sus cosas y caminó. En cuanto llegó a su casa leyó la carta.

Mucho gusto, me llamo Juan. Sé que no sabes quién soy, pero desde aquel día en que te vi, hace un año, diez meses y dos días, no he dejado de pensar en ti. Verte pasar frente a mi casa es la mejor parte de mi día. Sueño contigo. Despierto anhelando verte. Me odio por no ser valiente y hablarte. Me odio por no tener la edad apropiada para enamorarme de ti.

A veces la impotencia me gana y te sigo, sólo para no dejar de verte sonreír. Hoy soy feliz recordando tu voz, tu mirada aquel día. Tu olor.

Te amo Violeta. Y tal vez te ame para siempre.

Se sintió extraña ¿era normal sentirse bien? No sintió miedo, como se esperaría. Sabía que era mayor. Se veía como de unos 30 años. Ella tenía escasos 16 en aquel momento.  Pero aquella mirada. Sintió una conexión que no había tenido antes. Tal vez no era buena idea. Tal vez si… no lo sabría si no lo intentaba

En adelante, cada vez que salía miraba para todas partes buscándolo. Esperaba verlo de nuevo, que se encontraran una vez más. Le había escrito una carta. Se sentía diferente desde aquel momento. La ansiedad, la adrenalina, aquellas mariposas en el estómago. Todo era nuevo para ella. Sabía que sus padres no lo aprobarían, pero… no tenían que enterarse.

Un día, regresando del colegio. Volteó y alcanzó a ver alguien que se escondió. ¡Es él! ¡Tiene que serlo! Sintió que el corazón se aceleró. Dejó a sus amigas allí y corrió en dirección a él.

Cuando lo vio no supo qué hacer, allí estaba. Se había paralizado en cuanto se sintió al descubierto. No sabía qué decir. Qué hacer. Tenía miedo de saber qué había pensado de su carta. No había dormido aquellos días por temor ¡Que tormento!

Cuando la vio acercarse con tanto ímpetu, pensó que lo golpearía, esperaba aquel rechazo del que no sabía si podría reponerse. Pero no huyó. Al menos la tendría cerca, pasara lo que pasara, podría mirarla a los ojos. Se preparó para tanto. Pero no se preparó para un beso. Había cerrado los ojos esperando lo peor. Pero cuando sintió sus labios, pensó que el corazón se saldría de su pecho. Abrió los ojos para estar seguro ¡lo estaba besando! Era real. Su sueño imposible se cumplió.

En adelante siguieron viéndose a escondidas, él le doblaba la edad. Nadie lo aceptaría. Si alguien se enteraba, podría quedar como un abusador. Aquella idea comenzó a preocuparle. Las personas comenzaban a sospechar que ella salía con alguien. Mentiras descubiertas, cambio de actitud, de apariencia. Todos comenzaron a hacer preguntas. Tarde o temprano diría quién era él. No podía permitirlo. Pero no quería dejarla.

Ideó un plan, debía cubrir todo aquello que lo delatara. Tomó las cartas que le había entregado. Borró las fotos en las que aparecía. Eliminó cualquier registro. Ella no se dio cuenta de nada. El día llegó. Ella sucumbió ante su madre y le confesó que salía con un hombre mayor. Él no había dejado el hábito de espiarla. Al contrario, ahora lo hacía con mayor intensidad.

Cuando la mamá se enteró se puso tan furiosa como supuso. Corrió hasta su casa. No pasaron cinco minutos ella llegó. Él fue tan convincente cuando negó todo. Se mostró sorprendido y en cierto punto, incluso ofendido por las acusaciones. Ella salió de allí disculpándose y preocupada por su hija.

Cuando llegó a casa, Violeta estaba allí, había recibido unas supuestas flores mientras ella hablaba con él. La preocupación fue evidente en su rostro. Llamó a su abuela y ambas se encerraron en una habitación. Al día siguiente, su madre fue a un Hospital psiquiátrico que estaba cerca. Contó su situación. Junto con un diagnóstico basado en historias, firmó un contrato por un año para internar su hija. En cualquier caso, la prefería allí que con un hombre tan mayor.

Esa mañana, madrugó, para esperarla en la esquina siguiente a su casa. Como acostumbraban desde hace unos meses. Pero vio algo, una ambulancia en la entrada de su casa, dos hombres con uniformes blancos salieron de allí. Vio como la sacaban a la fuerza de su casa. La había perdido. No podía permitirlo.

Otros cuentos de la autora:

1. Memorias de un recuerdo olvidado

2. Aquella voz

 

<H2><a href="https://www.antioquiacritica.com/author/anarojas/" target="_self">Ana María Rojas Castañeda</a></H2>

Ana María Rojas Castañeda

Abogada de profesión. Aficionada a la literatura por pasión. Escribo pensando historias que quiero transmitir, que espero que alguien conozca y logre disfrutar
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